El país volvió a mirar hacia la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Ahí, durante tres horas de alegatos, ironías y recriminaciones, se libró una de esas discusiones que exponen las fracturas de un órgano que debería ser árbitro y garante de la democracia.
El tema era tan insólito como explosivo: los “acordeones” electorales que circularon el 1 de junio en la elección judicial. Guías impresas con combinaciones de voto que, según la acusación, fueron repartidas masivamente en todo el país para inducir el sufragio en favor de una fórmula única de nueve candidaturas a la Suprema Corte.
Los magistrados sabían que se trataba de la crónica de un debate anunciado, como resumió Janine Otálora. Dos votos empujaban hacia la nulidad de la elección judicial. Tres se aferraban a la validación. El resultado fue estrecho y previsible: por tres contra dos, los más de 800 cargos electos en la judicatura fueron confirmados.
LA IRONÍA Y LA MOLESTIA
La escena que quedará para la historia ocurrió cuando el magistrado Reyes Rodríguez extendió en pleno un acordeón —uno de los más de tres mil recopilados por los denunciantes— y lo ofreció a la presidenta del Tribunal, Mónica Soto.
“¿Éste es el bueno?”, preguntó ella, con sorna.
“El que tiene usted en la mano es el acordeón ganador. Espero que no haya ido a votar con ese, ¿verdad?”, replicó Rodríguez.
La broma desató el enojo de la presidenta: “Con esa actitud no vamos a dialogar. No es jurídico su posicionamiento”. La grieta estaba expuesta: más que un debate legal, era un pulso político e institucional.
¿PRUEBAS IMPOSIBLES?
Los tres magistrados de la mayoría —Soto, Felipe Fuentes y Felipe de la Mata— aceptaron la existencia de los acordeones, pero exigieron lo casi imposible: que se demostrara quién los diseñó, cuánto costaron, qué gobiernos los financiaron, quién los repartió y a cuántos ciudadanos llegaron.
“Un papel en el bolsillo, del que se desconoce si se usó, ¿se convirtió en una ilicitud que amenaza la democracia?”, planteó De la Mata.
Frente a ello, Rodríguez respondió con una frase que reventó la sesión: “Lo pudieron haber hecho extraterrestres; lo importante es que existen y su distribución es ilícita”.

EL PATRÓN ATÍPICO
Rodríguez mostró cifras inquietantes: 45 por ciento de los votos válidos coincidieron con una sola combinación de entre 7 mil 400 millones de posibles. Las nueve candidaturas que aparecían en los acordeones resultaron ganadoras. “La probabilidad matemática de que esto ocurriera de forma espontánea es, prácticamente, cero”, dijo.
Otálora subrayó otro indicio: en la mayoría de los estados, mientras más votantes acudían, más se repetía la misma combinación, cuando la experiencia dicta lo contrario: mayor participación suele diversificar el sufragio.
Eran, en sus palabras, “indicios fuertes” de una operación coordinada. Pero en la visión de la mayoría, apenas eran “especulaciones débiles”.
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LA APUESTA POR LA VALIDACIÓN
Soto cerró con un argumento político disfrazado de jurídico: “No podemos manchar el prestigio de quienes serán juzgadores a partir del 1 de septiembre”. Para la presidenta, anular por indicios equivalía a provocar un caos institucional.
Así, los votos se alinearon: tres contra dos. La elección judicial fue avalada.
La decisión deja preguntas abiertas: ¿puede sobrevivir la democracia con este tipo de “indicios”? ¿Hasta dónde puede exigirse la prueba plena cuando se trata de irregularidades masivas? ¿Qué precedentes sienta un fallo en el que se admite la ilegalidad de una práctica, pero no su sanción?
El acordeón electoral ya no es sólo un papel doblado en un bolsillo. Es el símbolo de un país que debate, incluso en sus más altas cortes, dónde termina la sospecha y dónde comienza la certeza.
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