En política, los números pueden ser fríos, pero también contundentes. Y cuando provienen de una institución como el INEGI, adquieren un peso que difícilmente puede ignorarse.
En su conferencia matutina, el gobernador Javier May Rodríguez retomó una estadística que hoy se coloca en el centro del debate: entre 2018 y 2024, 451 mil tabasqueños salieron de la pobreza.
La cifra no es anecdótica. Representa una reducción del 21.55% en el índice estatal de pobreza: en 2018 más de la mitad de la población, 56.35%, vivía en esa condición; para 2020 la cifra apenas bajó a 54.5%; en 2022 cayó a 46.5%; y en 2024 alcanzó 34.8%, su nivel más bajo en décadas.
Este descenso no solo retrata la magnitud del cambio, sino que confirma con precisión estadística lo que Javier May ha buscado subrayar: las decisiones de política pública, cuestionadas en su momento, hoy muestran eficacia.
EL CAMBIO DE PARADIGMA
La política social mexicana atravesó décadas de promesas incumplidas. Durante el ciclo neoliberal, los programas asistencialistas eran paliativos; los ricos acumulaban más, los pobres cargaban con la frustración.
Hoy, el contraste es verificable: más de 13 millones de mexicanos dejaron la pobreza en seis años. Tabasco, históricamente uno de los estados más golpeados por la desigualdad, contribuye con 451 mil personas que mejoraron sus condiciones de vida.
No es casualidad. El incremento del salario mínimo, el despliegue de programas sociales universales, el impulso a la economía popular y la inversión en infraestructura básica explican el resultado.
Se dirá, con razón, que aún no se alcanza un bienestar pleno, pero sí un giro de fondo en la política económica y social
En #Tabasco seguimos transformando la obra pública, modernizando la infraestructura, además, participaremos en la Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia. pic.twitter.com/g28EN7eNrA
— JAVIER MAY (@TabascoJavier) August 18, 2025
TABASCO COMO LABORATORIO
El discurso de May no fue un acto de propaganda, sino un ejercicio de refrendo. Al destacar el dato, lo colocó como punto de partida para un plan integral de bienestar: vivienda, becas, pensiones, créditos ganaderos y programas productivos como Sembrando Vida y Pescando Vida.
Ese “laboratorio tabasqueño” se mide en fases. La primera: garantizar la soberanía alimentaria de las familias. La segunda: elevar la producción agroindustrial y conectar la política social con la economía real. En términos prácticos, significa pasar de la asistencia al desarrollo.
La inversión es palpable: 61 millones de pesos mensuales para más de 12 mil sembradores; 53 millones bimestrales para pensiones de adultos de 63 y 64 años; y más de 194 millones ya derramados en el estado en este rubro. El dato duro —21.55 puntos porcentuales menos de pobreza— le da soporte a esa narrativa.
EL PESO DE LA HISTORIA
Las cifras sin contexto pierden filo. En el pasado reciente, Tabasco encabezaba las listas de rezago social y dependencia económica. Hoy, aunque persisten carencias, el estado aparece como ejemplo de que el círculo de desigualdad puede romperse.
El reconocimiento no borra las tensiones. La oposición cuestiona la sostenibilidad de los programas y la dependencia del presupuesto federal. Sin embargo, los números obligan a revisar prejuicios: el modelo del humanismo mexicano logró lo que otros ensayos no consiguieron en décadas.
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HACIA EL SEGUNDO PISO
La narrativa presidencial habla del segundo piso de la transformación. En Tabasco, esa expresión se convierte en un desafío: consolidar los avances y evitar retrocesos. La pobreza no desaparece por decreto ni por una estadística, sino por la persistencia de políticas que cierren la brecha social.
Javier May lo sabe. De ahí su insistencia en ampliar becas, mejorar la infraestructura, sostener programas y, sobre todo, blindar esos derechos como conquistas ciudadanas. Es la apuesta por convertir en política de Estado lo que nació como promesa de campaña.
En tiempos donde la polarización dicta las conversaciones, las cifras del INEGI aportan un respiro: la pobreza disminuyó. Tabasco, históricamente marginado, muestra que el cambio sí es posible. Es un dato que incomoda a los adversarios, fortalece a los defensores y plantea un reto mayor: sostener la tendencia.
Porque en política, el verdadero examen no está en alcanzar una meta, sino en mantenerla.
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