El senador Néstor Camarillo anunció en video su renuncia definitiva al PRI.

PRI pierde escaño: cae a la cuarta fuerza y pierde 96 años de poder

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Por primera vez en casi un siglo, el PRI ha quedado relegado a la cuarta fuerza en el Senado de la República. La renuncia de Néstor Camarillo Medina —senador poblano y hasta ayer dirigente estatal priista— redujo la bancada tricolor a 13 escaños, por debajo de los 14 que hoy presume el Partido Verde Ecologista de México (PVEM).

El golpe no es menor: el PRI no sólo cede lugar en el tablero legislativo, también queda fuera de la Mesa Directiva de la Cámara alta, símbolo del poder compartido.

El desenlace, que parecía improbable hace apenas unos años, se volvió inevitable: el partido que gobernó México por más de siete décadas enfrenta en el Senado su propia metáfora de declive, desplazado por una fuerza política que durante años fue su aliado menor.

LA SALIDA QUE DOLIÓ MÁS QUE SUMÓ

Camarillo justificó su renuncia como un acto de “evolución” y de congruencia con una agenda ciudadana.

Pero su decisión no se mide en el discurso, sino en las consecuencias: el PRI no tendrá representación en la vicepresidencia del Senado, espacio que ahora ocupará el Verde, junto a Morena y PAN.

El dato es histórico: en 96 años, el PRI siempre había logrado mantener un sitio en la cúpula de la Cámara alta. Hoy, en pleno arranque de la Legislatura, el símbolo del poder compartido se desvanece. El “partido de Estado” ya no es árbitro ni contrapeso, apenas un actor más.

EFECTO DOMINÓ

La fractura se inscribe en una cadena de renuncias que comenzó con Cynthia López Castro, senadora capitalina que en 2024 rompió con la dirigencia de Alejandro Moreno. Cada salida erosiona no sólo la bancada, también el proyecto de resistencia institucional.

El PVEM, que históricamente jugó como aliado táctico de gobiernos priistas y después de Morena, se consolida ahora como tercera fuerza formal. El tablero es claro:

  • Morena, mayoría hegemónica.
  • PAN, oposición principal.
  • PVEM, nuevo árbitro menor pero con asiento en la Mesa.
  • PRI, desplazado a la periferia.

ANÁLISIS: EL PRI SIN SENADO

Más que una cifra, el retroceso del PRI revela el colapso de una estrategia. Con Alejandro Moreno al frente, el tricolor apostó a sobrevivir a través de alianzas electorales, pero no resolvió su crisis interna. El Senado, que fue tribuna de voces experimentadas, queda reducido a un grupo de apenas 13 legisladores sin capacidad de incidir en la dirección de la Cámara.

Este declive abre tres lecturas:

  1. Institucional: el PRI pierde visibilidad en la conducción legislativa.
  2. Política: el Verde ocupa un lugar simbólico que antes le correspondía.
  3. Histórica: el partido que dominó el siglo XX comienza el XXI en su mínima expresión parlamentaria.

UN FUTURO EN DUDA

El destino de Camarillo aún no se define. Fuentes del Senado sugieren que podría sumarse a Movimiento Ciudadano, lo que terminaría de subrayar la orfandad política del tricolor.

El mensaje es claro: la “oposición responsable e inteligente” que invoca el senador poblano difícilmente se ejercerá desde el PRI. Su renuncia no es sólo personal: es parte de un éxodo silencioso que reduce a cenizas la influencia de un partido que alguna vez fue máquina de poder.

CONTEXTO MAYOR: LO QUE ESTÁ EN JUEGO

La salida de Camarillo ocurre en un momento donde el Congreso reconfigura su correlación de fuerzas. La 4T, con mayoría de Morena y aliados, consolida su hegemonía. El PAN resiste desde la oposición y el PRI, debilitado, se convierte en observador.

El reacomodo no es anecdótico: sin presencia en la Mesa Directiva, el PRI pierde acceso privilegiado a negociaciones, acuerdos parlamentarios y visibilidad institucional. Para un partido en crisis, la invisibilidad puede ser más letal que la derrota.

La renuncia de Néstor Camarillo confirma lo que los números ya anunciaban: el PRI vive su propia transición al margen de la historia. El Senado, que alguna vez fue escenario de sus grandes batallas, se ha convertido en el espejo de su debilidad estructural.

El Verde lo desplazó no con ideología, sino con eficacia política. El PRI, atrapado en su propia inercia, cede el lugar. En la Cámara alta, el tricolor dejó de ser fuerza decisiva y pasó a ser un recuerdo incómodo: del partido de Estado al partido sin Estado.

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