La orden no llevaba membrete ni trompetas: “autorización encubierta” para operar en Venezuela, según funcionarios estadounidenses. Era la actualización de un libreto viejo. En Langley, la historia no se archiva: se reescribe.
Del banano al litio, de los marines a los mercenarios, del “hacer que la economía grite” a la sanción financiera quirúrgica, Washington volvió a mover fichas en el vecindario.
El mapa está lleno de cicatrices: Guatemala 1954, Bahía de Cochinos, Chile 1973. Y una constante: cuando la estrategia cambia de uniforme, el objetivo permanece.
Treinta y seis años sin tanques no significan silencio: cambió la gramática del poder.
EL LABORATORIO (GUATEMALA, 1954)
Escena de arranque. Amanecía sobre la Ciudad de Guatemala y la radio subía el volumen del miedo. En el aire, la “guerra psicológica”: rumores de columnas rebeldes, pronunciamientos “espontáneos”, partes de una guerra que aún no ocurría.
Al mismo tiempo, aviones pilotados por expatriados —entrenados y coordinados por la CIA— sobrevolaban la capital. En tierra, el coronel Carlos Castillo Armas avanzaba con una fuerza que se inflaba más en la radio que en el terreno. En el Palacio Nacional, el presidente Jacobo Árbenz entendía que la historia no la escribirían los votos.
La pieza de fondo. Árbenz había tocado el nervio de la estructura: una reforma agraria que rozaba los latifundios de la United Fruit Company, icono empresarial de Estados Unidos.
En Washington, la ecuación ideológica-empresarial cerraba perfecto: “comunismo” + intereses corporativos = Operación PBSUCCESS. El manual era quirúrgico: listas de “objetivos”, exiliados reclutados, pilotos y bombardeos selectivos; una radio negra capaz de multiplicar fantasmas hasta volverlos verdad.
La caída. Junio de 1954: Árbenz renuncia bajo la presión combinada de los aviones, los partes de guerra y la fractura militar inducida. Nace una junta afín a Estados Unidos. El laboratorio estaba completo: golpe encubierto, costo mínimo para Washington, máximo para Guatemala.
El precio. Lo que siguió fue una guerra civil de casi tres décadas. Una investigación de la Iglesia Católica estimó ≈150.000 muertos y ≈50.000 desaparecidos; el 80% de las bajas, atribuidas a fuerzas estatales. El “éxito” estratégico dejó un país roto. Y un modelo replicable.
Guatemala no fue un episodio: fue un prototipo.

LOS MANUALES DEL FRACASO
Bahía de Cochinos: anatomía de un fiasco. Abril de 1961. La CIA arma y entrena una brigada de 1.500 exiliados cubanos. El plan: desembarcar, provocar insurrección, derribar a Fidel Castro con apoyo aéreo encubierto.
La realidad: mal equipo, mala inteligencia, mala lectura del terreno político. Resultado: derrota rápida; ≈1,200 capturados por el ejército revolucionario. La evaluación interna fue demoledora: una “situación organizativa compleja y extraña” y —dato insólito— casi ninguno de los oficiales involucrados hablaba español. El manual aprendió a golpes: para tumbar un régimen hay que entender su idioma —literal y político—.
De los puros a la “concha” explosiva: cuando el asesinato era opción. Tras el fracaso, la CIA mutó de desembarcos a micro-ingeniería letal. Al menos ocho complots contra Castro desfilan por informes: puros con toxina botulínica, plumas envenenadas, una “concha marina exótica” cargada de explosivos en el sitio de buceo del líder, hasta un traje de buceo contaminado con bacterias tipo tuberculosis. Hubo contactos con la mafia para “tercerizar” la operación. Nada funcionó. El “enemigo” no cayó; se consolidó.
El Caribe y los bordes: Trujillo y el Che. En República Dominicana (1961), la CIA suministró armas a disidentes que terminaron asesinando a Rafael Leónidas Trujillo, dictador desde 1930. En Bolivia (1967), un agente de la CIA asistió a un equipo militar que capturó al Che Guevara; el mito se convirtió en póster, la operación en manual de cacería.
Lección operativa. Cuando el desembarco falla, el manual prueba quirófano: complot, infiltración, propaganda, economía como arma. La CIA deja de empujar la puerta y empieza a desarmar la cerradura.
Cuando no hubo playas, hubo puros; cuando no hubo tanques, hubo toxinas


HACER QUE LA ECONOMÍA GRITE
Santiago, invierno. Camiones en paro, góndolas flacas, rumores gruesos. En Washington, las notas manuscritas del director de la CIA guardan la partitura: “Hacer que la economía grite”, “trabajo de tiempo completo”, “no me preocupan los riesgos”. El presidente Salvador Allende había llegado por las urnas en 1970; el clima de golpe se fabricó en cámara lenta.
La ingeniería del asfixiaje. La CIA financió una campaña mediática antigobierno, operó propaganda y fondos clandestinos para atizar protestas; bloqueó préstamos multilaterales y envió a los cuarteles la señal más potente: “hay respaldo”. El objetivo no era solo tumbar precios o stocks; era fabricar impotencia. La economía como ariete, la calle como amplificador, la jerarquía militar como llave final.
El día de los halcones. 11 de septiembre de 1973: cazas atacan La Moneda; tanques sellan el perímetro; Allende decide quedarse y se quita la vida. Entra Augusto Pinochet; comienza una dictadura de más de 16 años con torturas, ejecuciones y desapariciones. El “éxito” del método —asfixia económica + presión psicológica + respaldo castrense— queda escrito en piedra: no hicieron falta marines; bastó el guion.
Cuando la inflación es estrategia y la escasez, un plan: la economía también dispara.
Cicatriz y modelo. Chile se convirtió en el manual referencial: si el desembarco es costoso, estrangulen el crédito, financien la impaciencia y apaguen el oxígeno. Lo demás —siempre— lo hace la política con uniforme.

CÓMO “GRITA” UNA ECONOMÍA
- Cierre de líneas de crédito internacionales.
- Campañas mediáticas de desgaste.
- Financiamiento de huelgas y protestas.
- Señales explícitas a los militares sobre respaldo externo.
EL GOLPE A LA VISTA DE TODOS
Tres escenas abiertas. No siempre la sombra basta. A veces Washington entra por la puerta principal y deja huella en vivo y en directo. República Dominicana (1965), Granada (1983) y Panamá (1989) son la trilogía del golpe visible.
República Dominicana, 1965 — “Evitar otra Cuba”
Tras el asesinato de Trujillo y el breve paréntesis democrático de Juan Bosch, una insurrección cívico-militar exige su retorno. Lyndon B. Johnson decide: 42,000 marines desembarcan para “estabilizar” y evitar “otra Cuba”. La ocupación aplasta a los constitucionalistas; Joaquín Balaguer —viejo delfín del trujillato— emerge como hombre de orden. El mensaje hemisférico: si el desorden amenaza encuadre geopolítico, entra la bota.
Granada, 1983 — Furia Urgente
Tras el asesinato de Maurice Bishop y el ascenso de una junta marxista, Ronald Reagan ordena la invasión. La justificación: proteger a ciudadanos estadounidenses y bloquear un enclave soviético-cubano. En días, tropas de EE.UU. y aliados caribeños derrocan al gobierno militar. La ONU condena; la señal se emite igual: en islas pequeñas, con pretexto humanitario y ventana de oportunidad, Washington golpea rápido.
Panamá, 1989 — Causa Justa
El general Manuel Noriega, ex activo de inteligencia, ahora incómodo y acusado de narcotráfico. George H. W. Bush despliega 26.000 tropas: bombardeos, blindados, combate urbano; Noriega huye a la nunciatura y luego es capturado y enviado a Miami. Se instala al ganador de las últimas elecciones, Guillermo Endara. Barrios destruidos, muertos civiles, Canal a resguardo: el último derrocamiento militar directo de EE.UU. en América Latina del siglo XX.
Cuando el riesgo es estratégico o simbólico, la sombra deja paso a la luz”.

Moraleja operativa. Con RD, Granada y Panamá Washington demostró que, si el costo/beneficio lo permite, golpea a cielo abierto. Pero esos golpes quemaron capital político. Desde entonces, el manual prefiere la sombra. 1989 es el parteaguas: 36 años sin tanques derrocando presidentes en la región; no sin cambios de régimen.
MANUAL 2.0: SANCIONES, LAWFARE Y SOMBRAS LARGAS
Un parteaguas silencioso. Tras Panamá 1989, el costo internacional de las invasiones dejó una moraleja en Washington: la fuerza visible quema capital. Nació entonces un manual 2.0: menos botas, más sanción financiera, ingeniería institucional, operaciones encubiertas y reconocimientos paralelos. La coreografía se ejecuta con actores locales al frente y la CIA —o su ecosistema— en las bambalinas.
Honduras 2009 — Golpe legal, puerta trasera. Madrugada: soldados ingresan a la casa presidencial, Manuel Zelaya termina en el exilio “en pijama”. Afuera, la narrativa: “sucesión constitucional”.
Adentro, lo sustantivo: quiebre del orden democrático con rápida normalización internacional. Washington condena formalmente, pero empuja elecciones veloces; la estructura del golpe queda en pie. Clave 2.0: lawfare + calendario exprés.

Paraguay 2012 — Juicio político exprés. El presidente Fernando Lugo es destituido en 36 horas. Sin tanques ni marines, pero con mayorías parlamentarias y guion jurídico. La región habla de “golpe parlamentario”; Estados Unidos acepta el gobierno sucesor sin estridencias. Clave 2.0: barniz legal, cambio de régimen “limpio”.
Brasil 2016 — Impeachment como destornillador. Dilma Rousseff cae por “pedaladas fiscales”. Resultado: giro de política económica y exterior. No aparecen siglas de Langley, pero el método se reconoce: judicialización del conflicto político hasta la remoción.
Clave 2.0: judicialización + reordenamiento estratégico.
Venezuela 2019–2020 — Reconocimiento paralelo y guerra híbrida. Desconocimiento de Maduro; apoyo a Juan Guaidó como “presidente interino”; sanciones petroleras/financieras; recompensa millonaria por Maduro bajo cargos de narcoterrorismo; y, según funcionarios estadounidenses, autorización encubierta a la CIA para operar en el país.
Episodio surreal: Operación Gedeón, incursión marítima de mercenarios —incluidos ex Boinas Verdes— neutralizada. Clave 2.0: reconocimiento internacional + asfixia económica + operaciones encubiertas. Hecho político: Maduro resiste (lealtad militar, apoyo de Rusia/China/Cuba, oposición fragmentada).
Bolivia 2019 — Árbitros y “sugerencias”. Informe polémico de la OEA sobre comicios; protestas; la cúpula militar “sugiere” la renuncia de Evo Morales; interinato y reconocimiento veloz de varios países, EE.UU. entre los primeros. Un año después, el MAS vuelve en elecciones.
Clave 2.0: legitimidad certificada desde organismos + ventana militar.
El tanque se volvió sanción; el cuartelazo, juicio político; el virrey, presidente interino”.
Moraleja. Donde el tanque encendía alarmas, hoy lo hace la transferencia bancaria; donde el golpe marchaba, hoy litiga. El objetivo no cambió: reordenar gobiernos renuentes a la órbita de Washington. Cambió la gramática.
ANATOMÍA DE LA RESILIENCIA
No todos los guiones terminan igual. La historia ofrece excepciones robustas: Castro, Chávez, Maduro (y, en otra clave, Ortega). ¿Qué tienen en común los que resisten?
1) Anclaje militar y seguridad interna
- Castro: fuerza armada politizada y cohesionada tras 1961.
- Chávez/Maduro: alianza cívico-militar; purgas y lealtades en estamentos clave; inteligencia y contrainteligencia activas.
Efecto: sin fractura militar, no hay golpe.
2) Apoyos externos estratégicos
- URSS con Cuba; Rusia/China/Irán/Cuba con Venezuela; redes financieras y de insumos que amortiguan sanciones.
Efecto: colchón geopolítico para sobrevivir a la asfixia.
3) Control/gestión del flujo informativo
- Ecosistema mediático estatal/paraestatal; regulación de plataformas; narrativas que convierten la injerencia en identidad (“resistencia”, “soberanía”).
Efecto: la crisis se vuelve epopeya.
4) Capacidad de movilización y símbolos
- Castro (épica revolucionaria); Chávez (carisma y plebiscitos); Maduro (fidelización de núcleos duros).
Efecto: base social suficiente para bloquear puntos de quiebre.
5) Fragmentación y errores del rival
- Oposiciones atomizadas, liderazgos en disputa, calendarios equivocados.
Efecto: el tiempo juega a favor del gobierno.

El poder cae cuando la vertical militar se quiebra; si no, resiste”.
La conclusión incómoda. El Manual 2.0 puede desgastar, acorralar y encarecer el poder de un adversario; pero si no rompe la bisagra militar o el apoyo externo, no tumba. Treinta y seis años después de Panamá, ese es el límite: sin tanques, la caída no es garantía.
Treinta y seis años sin tanques no equivalen a treinta y seis años sin derrocamientos. Cambió la gramática: donde antes desembarcaban marines, hoy operan sanciones, reconocimientos paralelos, lawfare y acciones encubiertas.
El prototipo guatemalteco enseñó el poder del golpe silencioso; Bahía de Cochinos mostró los límites del aventurerismo; Chile 1973 perfeccionó la asfixia económica; República Dominicana, Granada y Panamá dejaron claro que, si el costo–beneficio lo exige, Washington entra por la puerta principal.
El Manual 2.0 —artes de presión sin uniformes— es efectivo para desgastar, pero no garantiza caída si no se rompe la bisagra militar ni se corta el oxígeno externo. Por eso Maduro resiste: anclaje castrense, aliados geopolíticos y una oposición sin un solo reloj.
La pregunta que queda no es si volverán los tanques, sino qué umbral —humanitario, estratégico, doméstico en EE.UU.— tendría que cruzarse para que la sombra vuelva a ser luz. Del banano al litio, el guion se ha actualizado. El costo, como siempre, lo paga la gente que camina bajo ese guion.
El tanque se volvió sanción; la invasión, expediente; el golpe, procedimiento”.
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