El drenaje no se presume. Se nota. Esa frase, repetida con resignación por muchos jefes de obra, resume bien el tipo de infraestructura que la alcaldesa de Centro, Yolanda Osuna, ha decidido priorizar: aquella que no se ve, pero que cambia vidas.
Ayer, en la colonia Adolfo López Mateos, la alcaldesa inauguró obras que, a simple vista, podrían parecer menores: reparación de fugas, sustitución de tuberías, trincheras pluviales, banquetas, rejillas. Pero bajo esa superficie emerge una apuesta urbana con lógica política, técnica y social.
Se invirtieron más de 4 millones de pesos en una colonia que fue, por años, símbolo de la clase media en Villahermosa, y que con el paso del tiempo fue arrastrada al abandono. Las calles estrechas con nombres sindicales, las casas con huellas del desarrollo urbano de los años 70, se habían llenado de socavones, brotes de aguas negras y banquetas intransitables.
No es una colonia más. Fue una de las primeras zonas residenciales planeadas de Villahermosa. Y en ese sentido, la obra recién entregada no solo repara infraestructura: restaura dignidad urbana.

SOCAVONES COMO SÍNTOMA
El detonante fue un socavón en la calle Sindicato Hidráulico. Lo que comenzó como una reparación puntual derivó en una intervención estructural. “Conforme fuimos avanzando descubrimos más daños”, explicó Osuna durante el recorrido, flanqueada por vecinos.
La intervención se amplió: 344 metros de tubería de drenaje sanitario, 125 metros para agua potable, concreto hidráulico y rejillas pluviales nuevas. No se trató de tapar un hoyo, sino de rediseñar el drenaje urbano, un cambio de fondo en la lógica de intervención pública.
Se trabajó desde la raíz del problema. En la administración pública urbana, eso no solo requiere presupuesto: requiere voluntad y visión.
LO INVISIBLE QUE CAMBIA VIDAS
El modelo de gestión de Yolanda Osuna ha insistido en intervenir lo invisible pero urgente. En lugar de grandes anuncios o promesas transformadoras, ha optado por una estrategia técnica, callada y eficaz, centrada en resolver los problemas cotidianos de los ciudadanos.


En la López Mateos se rehabilitaron cinco calles: Sindicato Hidráulico, Economía, Estatuto Jurídico, del Trabajo y de Marina. Según explicó Alfredo Villaseñor Negrete, titular del SAS, se instalaron 134 metros lineales de colectores, pozos de visita, rejillas nuevas, banquetas rehabilitadas, y trincheras pluviales para desahogo de aguas.
El cambio, aunque modesto a simple vista, es profundo: el agua ya no se queda estancada, las fugas fueron resueltas y las banquetas son transitables. Lo que antes era rutina de hartazgo se convirtió en señal de recuperación urbana.
RESCATAR DEL OLVIDO
Durante años, López Mateos fue una colonia “gris”: demasiado antigua para programas de modernización, demasiado residencial para inversión social, demasiado olvidada para aparecer en prioridades. Hoy, esa condición empieza a revertirse.
Intervenir aquí es también una forma de redistribuir la atención institucional. Se rompió la lógica de que solo las zonas nuevas merecen inversión. Se eligió rescatar una colonia con historia, con identidad barrial, con raíces.
El mensaje es claro: la planeación urbana no puede ser solo crecimiento hacia la periferia, también implica rehabilitar lo que ya existe y se está hundiendo.
PREVENIR EN LUGAR DE LAMENTAR
Villahermosa carga una vulnerabilidad conocida: lluvias intensas, drenaje insuficiente y suelos blandos. Por eso cada trinchera pluvial, cada pozo de visita o cada metro de colector tiene un valor doble: resuelve hoy y previene anegamientos mañana.
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Las obras en la López Mateos no buscan presumir modernidad, sino evitar colapsos futuros. Y en ese sentido, la infraestructura se convierte también en política de gestión del riesgo, no solo en gasto de mantenimiento.
Lo que parece técnico —rejillas, colectores, concreto— es, en el fondo, un acto de anticipación política y de orden urbano.
OBRAS QUE NO HACEN RUIDO
La entrega de la obra fue discreta. No hubo templete, no hubo bocinas, no hubo acarreo. Solo técnicos, vecinos y autoridades locales recorriendo calles que ya no se hunden. Una escena sin espectacularidad, pero con eficacia.
Eso ha marcado el estilo de Osuna: hablar poco, hacer más. En una época donde abundan los gobiernos que comunican de más y ejecutan de menos, optar por el silencio operativo puede parecer riesgoso, pero también genera otra forma de legitimidad: la que nace de la confianza barrial, de la obra entregada sin aplauso obligado.
“No hay que romantizar”, advierte un funcionario cercano a la alcaldesa. “No estamos haciendo una gran transformación. Solo estamos haciendo lo que se debió hacer hace años”.
Y, sin embargo, ese enfoque —corregir sin presumir, rehabilitar sin anunciar salvaciones— tiene fuerza política en sí mismo. En tiempos de polarización, megaproyectos fallidos y obras sin mantenimiento, la decisión de invertir en lo básico, con orden y método, representa una narrativa distinta: la de gobernar para los ciudadanos reales, con problemas reales.
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