“El Papa en la mira: Bélgica exige justicia ante los abusos de la Iglesia”

En una contundente recepción oficial, el primer ministro de Bélgica, Alexander De Croo, no dudó en criticar duramente al papa Francisco por el largo historial de abusos sexuales y encubrimiento dentro de la Iglesia católica. En su discurso, De Croo exigió acciones concretas que prioricen a las víctimas sobre la institución, poniendo en evidencia la falta de avances reales en la reparación de un escándalo que ha sacudido a Bélgica durante décadas. Esta intervención marca un antes y un después en las visitas diplomáticas al papa, rompiendo con la habitual moderación diplomática.

La crítica no se limitó al primer ministro, pues incluso el rey Felipe se sumó a las demandas de justicia. En un tono inusualmente severo, el monarca pidió a la Iglesia que trabaje incansablemente para expiar sus crímenes y sanar a las víctimas. La visita de Francisco ocurre en medio de un contexto de profunda desconfianza hacia la Iglesia en Bélgica, país donde los constantes escándalos han erosionado la credibilidad de una institución que en su momento tuvo gran influencia social y política.

Aunque el papa aplaudió el discurso de De Croo y más tarde se reunió con algunas víctimas en privado, la opinión pública belga sigue exigiendo mucho más. Las palabras del pontífice, que reconoció la “vergüenza y humillación” de la Iglesia, no parecen suficientes frente a una demanda generalizada de justicia. Para muchos, los programas de prevención y la “firmeza” de la que habló Francisco han llegado demasiado tarde y no logran abordar el impacto de décadas de abuso sistemático y encubrimiento.

Además, los abusos no se limitan a los casos ya conocidos. En su visita, el papa también se enfrenta al escándalo de las “adopciones forzosas”, un capítulo oscuro que recuerda la brutalidad de los hogares para madres y bebés en Irlanda. Las víctimas de estas adopciones, muchas de ellas arrancadas de sus madres por la Iglesia, aún luchan por conocer su historia y obtener justicia. El reto que enfrenta Francisco es mayúsculo: no solo limpiar el pasado, sino reconstruir una confianza profundamente quebrada.