WASHINGTON.— La Casa Blanca volvió a colocar a Venezuela en el centro de su tablero internacional. Pero esta vez, Donald Trump ha decidido cambiar el libreto.
En lugar de hablar de cambio de régimen, el republicano, en su segundo mandato, encabeza una ofensiva de baja intensidad que mezcla la retórica de la guerra contra el narcotráfico con el cálculo político. El enemigo, una vez más, es Nicolás Maduro, aunque la estrategia se disfraza de cruzada antidroga.
Detrás de los discursos y las sanciones se mueve un plan con aroma a Florida: asfixiar al régimen chavista bajo el argumento de que se trata de un “cártel narcoterrorista”. Con ello, Trump busca tanto un rédito internacional como un efecto interno: mostrar fuerza en la frontera sur y reforzar su narrativa de “ley y orden”.

NUEVO GUION EN WASHINGTON
Lejos de aquel intento frontal de 2019, cuando Trump reconoció a Juan Guaidó como presidente interino y movilizó a medio continente para aislar a Maduro, el republicano ahora recurre a la ambigüedad.
Dice que no está hablando de un cambio de régimen, pero eleva la recompensa por la captura del líder venezolano a 50 millones de dólares y ordena ataques contra embarcaciones vinculadas al tráfico de drogas desde el Caribe.
El giro no elimina la vieja obsesión. “Maduro es débil, puede caer sin que tengamos que hacer nada”, admitió un alto funcionario de su administración. En los pasillos de Washington, el tema se traduce en una pregunta: ¿será esta la versión 2.0 del experimento panameño?
El caso de Manuel Noriega, derrocado en 1989 tras ser acusado de narcotráfico, sigue sobre la mesa de los estrategas republicanos. Pero Venezuela no es Panamá: su tamaño, sus reservas de petróleo y su red de alianzas —China, Rusia e Irán— vuelven el escenario mucho más volátil.
CRUCE DE FRASES
Dos visiones del poder: justicia punitiva versus resistencia heroica en Venezuela.
Líder | Frase | Clave interpretativa |
---|---|---|
Donald Trump | “Maduro es un narcotraficante y un criminal peligroso.” | Criminalización del adversario |
Donald Trump | “No buscamos un cambio de régimen, buscamos justicia.” | Justificación moral de la intervención |
Donald Trump | “Cada barco con drogas que salga de Venezuela será destruido.” | Amenaza militar directa |
Donald Trump | “Maduro puede caer sin que tengamos que hacer nada.” | Discurso de inevitabilidad del colapso |
Donald Trump | “Si fuera un narco, sería un objetivo legítimo.” | Deshumanización política del enemigo |
Clave general | El discurso de Trump apela al enemigo criminal; el de Maduro, al asedio heroico. | Contraste entre narrativa punitiva y narrativa de resistencia |
LÍNEA DURA EN ACCIÓN
La diplomacia se agotó en cuestión de semanas. Mientras el emisario estadounidense Richard Grenell exploraba canales discretos, Marco Rubio, senador por Florida y asesor de seguridad nacional, impulsaba el discurso del enfrentamiento. Llamó a Maduro “fugitivo de la justicia estadounidense” y convenció a Trump de romper los contactos.
En paralelo, Maduro ofreció abrir las puertas de su petróleo a empresas norteamericanas y romper vínculos con sus aliados asiáticos e iraníes. La propuesta fue desestimada. Washington optó por la escalada militar y la narrativa del crimen organizado.
El endurecimiento responde también a un cálculo político interno. La base MAGA apoya cualquier acción contra los cárteles, pero recela de las invasiones largas y costosas. Por eso, la Casa Blanca evita hablar de derrocamiento y prefiere el lenguaje policial: “perseguir a criminales internacionales”.
CAMBIO DE PARADIGMA
El exasesor de George W. Bush, Peter Feaver, define el enfoque como “cambio de régimen de bajo costo”. El razonamiento es pragmático: si Maduro cae, Trump podrá atribuirlo a su presión sin cargar con la reconstrucción.
Evitar la “regla de Pottery Barn”, aquella máxima de Colin Powell —“si lo rompes, lo compras”—, es prioridad en el Consejo de Seguridad Nacional.
Sin embargo, el equilibrio es frágil. Las sanciones y las operaciones militares selectivas pueden debilitar al chavismo, pero también provocar una respuesta violenta.
Venezuela mantiene un aparato de seguridad cohesionado, y el discurso antiimperialista de Maduro aún resuena en amplios sectores de la población.
Trump no oculta su desprecio por el líder venezolano, a quien considera “una versión socialista de los dictadores que admira”. Pero también se mueve por cálculo: una crisis en el Caribe podría impactar electoralmente en estados clave con población latina, como Florida y Texas.
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EL FRENTE OPOSITOR
Mientras tanto, la oposición intenta aprovechar la coyuntura. María Corina Machado, figura central del antichavismo, recibió el Premio Nobel de la Paz, que dedicó parcialmente a Trump “por su decidido apoyo a nuestra causa”.
En los pasillos de Washington, el gesto fue leído como un aval simbólico a la nueva estrategia.
David Smolansky, representante de Machado, asegura que no hay coordinación directa con el gobierno estadounidense, aunque reconoce “contacto permanente con el Congreso y el Departamento de Estado”. Leopoldo López fue más explícito: “Maduro debe ser tratado como Pablo Escobar; no como jefe de Estado, sino como jefe de un cártel”.
El tablero luce en movimiento. Aunque Maduro asegura que “defenderá la revolución bolivariana hasta las últimas consecuencias”, su oferta de contratos preferenciales a empresas norteamericanas revela una grieta. Es una táctica de supervivencia: abrir la economía al enemigo para ganar tiempo.
PETRÓLEO Y GEOPOLÍTICA
Fuentes cercanas a las conversaciones confirmaron a The New York Times que Caracas ofreció concesiones inéditas: apertura total de los yacimientos de oro y crudo, prioridad a empresas estadounidenses y reducción de la presencia china. Washington rechazó el trato, interpretándolo como una maniobra desesperada.
El desenlace de este pulso tiene implicaciones que trascienden a América Latina. Una caída abrupta de Maduro podría reconfigurar los equilibrios regionales y alterar la influencia de China y Rusia en el hemisferio occidental. Pero también podría abrir un vacío que reedite el caos post-Saddam.
En un clima global de fragmentación, el caso venezolano se convierte en un laboratorio del nuevo intervencionismo selectivo de Trump: golpes de precisión, lenguaje de seguridad interna y diplomacia de presión. No busca ocupar territorios, sino alinear enemigos bajo la etiqueta del crimen.
EL PRECIO DE LA AMBIGÜEDAD
La pregunta final es si esta estrategia “antinarco” puede sostenerse sin derivar en un conflicto abierto. El riesgo de sobrerreacción es alto. En política exterior, Trump suele moverse entre la impulsividad y la conveniencia. Venezuela podría ser el próximo escenario donde ambas se encuentren.
Por ahora, el republicano disfruta de cada golpe simbólico: “Puede dejar a millones sin nada cada semana”, reconoció un funcionario. La frase resume la filosofía de esta nueva guerra: destruir sin invadir.
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