Quedará para la historia el papel del capitán Carlos Manuel Merino Campos como gobernador interino de Tabasco durante tres años, un mes y nueve días, tras la designación de Adán Augusto López Hernández como secretario de Gobernación. Aunque breve, su gestión estuvo cargada de desafíos.
Hoy, a 37 días de la transferencia de mando, Merino ha presentado su último informe con discreción, dejando un legado con opiniones contrastadas: algunos no percibieron mejoras, otros evaluaron su gestión por sus circunstancias, y algunos destacaron su lealtad y disciplina hacia Adán Augusto. En un entorno político donde la traición y la incertidumbre son constantes, esta lealtad se convierte en un valor clave, vital para la estabilidad y la cohesión del gobierno en tiempos de cambio.
José María Pino Suárez, hijo ilustre de esta tierra, es reconocido más por morir al lado del presidente Francisco I. Madero el 22 de febrero de 1913 que por su lucha antirreeleccionista. Este acto de lealtad, donde Pino Suárez se negó a abandonar a Madero en el momento más crítico, lo colocó en el imaginario colectivo como un hombre de principios inquebrantables. La lealtad que mostró en ese momento, a pesar de las terribles consecuencias, reforzó la idea de que la estabilidad política depende de actos de adhesión incondicional, especialmente en momentos de crisis.
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La lealtad en la política es una virtud esencial y profundamente valorada. La política es, en su esencia, un juego de confianza y alianzas. La lealtad se convierte en la moneda con la que se transan esas alianzas, asegurando un grado de previsibilidad y cohesión en un entorno altamente competitivo y lleno de incertidumbres. Sin lealtad, ningún grupo o caudillo político es capaz de sostener un proyecto a largo plazo, ya que la traición siempre acecha, amenazando con desestabilizar incluso las estructuras más firmes.
A lo largo de la historia política de Tabasco, se han tramado estrategias basadas en la lealtad como un mecanismo de supervivencia política. Así ocurrió con Tomás Garrido Canabal, quien durante sus tres periodos de gobierno prolongó su control político al dejar como gobernadores en distintos periodos a Ausencio Cruz Castellanos y Manuel Lastra Ortiz.
Este último fue destituido al ordenarse la desaparición de poderes en el estado, una vez que se rompió la relación entre el general Cárdenas y Garrido. Solo así el gobierno federal pudo quitarle el control a Garrido, quien tuvo en Lastra Ortiz un fiel aliado. Esta relación de lealtad permitió a Garrido extender su influencia y mantener un control significativo sobre Tabasco, demostrando cómo la lealtad puede ser un recurso estratégico en la política.
UN ADAGIO: «A veces el poder mas difícil de dominar es la capacidad de ceder» [RICK RIORDAN]
Entre finales de 1987 y 2001, Tabasco tuvo cuatro gobiernos con interinatos: José María Peralta López, Manuel Gurría Ordóñez —estos dos en realidad fueron sustitutos—, Víctor Manuel Barceló Rodríguez, Enrique Priego Oropeza, y una intentona de alargar el control del estado impulsando a la gubernatura a Manuel Andrade Díaz. En todos estos relevos, la lealtad jugó un papel primordial.
Enrique González Pedrero, invitado por Carlos Salinas de Gortari a la campaña presidencial, designó, usando al Congreso local, a “Chemita” Peralta, quien gobernó del 14 de diciembre de 1987 al 31 de diciembre de 1988. Sin embargo, el punto de quiebre entre Peralta y Pedrero llegó cuando el primero decidió apoyar la candidatura de Salvador Neme Castillo, con quien don Enrique se encontraba enemistado. EGP logró imponer a Humberto Mayans, quien condujo la parte política hasta el final del sexenio.
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Sin embargo, no siempre ha sido así en Tabasco. La historia está llena de lealtades a medias, desacuerdos y traiciones. Así ocurrió con Carlos A. Madrazo, quien tras finalizar su gobierno dejó como sucesor a Manuel Rafael Mora Martínez. Con el paso del sexenio, Madrazo se distanció de Mora una vez que, como líder nacional del PRI, rompió con el “diazordismo”.
Madrazo intentó desestabilizar a Mora, pero el gobernador contó con la protección del gobierno federal. Las traiciones políticas tienen un impacto devastador no solo en las carreras individuales, sino también en la estabilidad de las instituciones. Por ello, la lealtad no es solo una cuestión de ética personal, sino un pilar fundamental para la estabilidad y eficacia de un gobierno o una coalición política.
Cuando Roberto Madrazo dejó la gubernatura para ir a buscar la candidatura presidencial del PRI, entre el 14 de junio y el 26 de noviembre de 1999, propósito que consiguió pero perdió, decidió regresar a ella, botando del gobierno a su interino, Víctor Manuel Barceló —a quien por cierto le tocó lidiar con las inundaciones de octubre de 1999—.
Con Barceló, rompió un pacto para cederle la administración, por intrigas de madracistas que alegaban traición del interino por una presunta alianza con Ernesto Zedillo, lo que finalizó con un regreso intempestivo de Roberto el 26 de noviembre de 1999, que se enteró que ya no era gobernador mientras presidía un evento.
Como se sabe, la llegada al poder de Manuel Andrade Díaz fue impulsada por Madrazo Pintado, quien vio en este impulso un alargamiento de su influencia política y control de la administración estatal. Sin embargo, Andrade Díaz supo mantener a distancia a RMP, con quien no se peleó, pero tuvo momentos de fricción. Se llegó incluso a mencionar que el exgobernador armaba un plan para obligar a MAD a salir del gobierno.
Al final, Andrade no dejó pasar como candidato sustituto a Florizel Medina Pereznieto, pactando con Andrés Granier Melo, lo que finalizó con el “madrazato” y terminó distanciando a ambos. Las traiciones políticas no solo tienen un impacto en las relaciones personales entre los políticos, sino que también pueden alterar significativamente el rumbo de un proyecto político.
Como ves, estimado lector, la lealtad y las traiciones son parte de la historia de Tabasco. En ese contexto, se juzgará a Merino Campos como simplón, pero políticamente habrá quienes reconozcan y valoren la franqueza que demostró con el equipo que formó parte de la administración que está por terminar. Esta adhesión es extremadamente valorada entre los políticos porque representa un compromiso con la estabilidad, la predictibilidad y la confianza mutua en un entorno donde la traición y la incertidumbre son constantes.
La lealtad del capitán, válida o no, es un factor crucial que ayudó a la supervivencia en un juego de poder siempre cambiante, y su importancia se magnifica precisamente porque su antítesis, la traición, es un espectro que siempre acecha en la política. La historia política de Tabasco nos enseña que, aunque la lealtad pueda parecer un valor del pasado, sigue siendo un elemento fundamental para la cohesión y la estabilidad del poder, especialmente en un entorno tan volátil como el de la política actual.
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