En México nunca hubo reyes, apenas virreyes y algún emperador fugaz. Por eso, a diferencia de Europa, nuestro paisaje no se llenó de castillos. Pero los gobernadores encontraron su propia versión del poder arquitectónico en las «casas de gobierno», palacios de lujo que simbolizaron exclusividad y mando.
La Quinta Grijalva, en Tabasco, fue durante décadas un emblema del poder. Desde sus inicios, combinó glamour y exclusividad con historias que reflejaron los excesos de una política alejada del pueblo. Ahora, como en las viejas repúblicas donde cayeron bustos y estatuas de regímenes fallidos —en Rusia, las Alemanias o tantos otros lugares—, este símbolo también cae.
El 6 de diciembre, la Quinta Grijalva abre sus puertas como centro cultural. Ya no será la casa de los privilegiados; será del pueblo, es decir, de todos. Lo que antes representaba un poder excluyente se transforma ahora en un espacio que invita a la historia colectiva. Porque hay símbolos que deben caer para que otros emerjan.