El sur no sólo es geografía, pobreza estructural o rezago institucional: es también frontera porosa donde la muerte cruza con facilidad. Y a veces, ni siquiera pregunta.
Es en ese cruce —entre Palenque y Tenosique, entre partos que no llegan al hospital y vectores que no reconocen la selva como obstáculo— donde los gobiernos de Chiapas y Tabasco decidieron plantar un acuerdo. Uno de esos que se anuncian como históricos, pero que sólo el tiempo —y el rigor administrativo— podrá volver realidad.
Lo firmaron dos gobernadores de la misma corriente política, Javier May y Eduardo Ramírez, con una narrativa de justicia territorial, cooperación y hermandad. El pacto, que busca combatir de forma conjunta el dengue, la mortalidad materna y las enfermedades emergentes, suena como la lógica puesta al fin en marcha en una región donde las epidemias no respetan límites estatales.
Pero, más allá de la foto, los datos.
DONDE PICA EL DENGUE, DUELE EL ESTADO
Tabasco cerró 2024 con 3,592 casos confirmados de dengue: 134.1 por cada 100,000 habitantes, la cifra más alta del país. Chiapas, con 4,554 contagios, tuvo una tasa de 75.2. La diferencia radica en la capacidad de contención territorial.
En mortalidad materna, la escena se invierte: Chiapas reportó 41 muertes relacionadas con el embarazo; Tabasco, 14. Dos epidemias distintas, dos rezagos que se cruzan en la misma ruta: el cuerpo de las mujeres y la falta de Estado donde más se necesita.
¿COOPERACIÓN REAL?
La alianza incluye la coordinación de brigadas sanitarias, el intercambio de protocolos, el impulso de modelos de atención comunitaria como “Humanis”, que Chiapas presentó como punta de lanza. También, la intención de reunir periódicamente a los municipios limítrofes para compartir avances.
Hasta ahí, el enunciado. Lo que no hay todavía es lo fundamental: etiquetas presupuestales, metas medibles, indicadores verificables. Sin eso, el convenio —como muchos otros antes— corre el riesgo de ser apenas otro documento archivado en el anaquel de las buenas intenciones.
Tabasco, por ejemplo, aplicará este mayo un aumento salarial a sus brigadas de vectores. Chiapas lo mira como ejemplo. Pero, ¿cuándo llegará ese ajuste al sur? ¿Qué fondo lo respaldará? ¿Cuántas brigadas se necesitan para cubrir la selva lacandona o los márgenes del Usumacinta?
EL TELÓN FEDERAL: LO QUE SE LEE ENTRE LÍNEAS
El acuerdo aterriza justo cuando IMSS-Bienestar absorbe infraestructura estatal de salud y exige una estandarización que algunos gobiernos locales observan con recelo. En ese contexto, la alianza entre Chiapas y Tabasco puede leerse también como una estrategia de defensa: mantener control territorial sobre la implementación del modelo federal y responder desde lo local a la presión del centro.
Porque cuando se firma un convenio que no lleva dinero asignado, que no tiene metas públicas y que no establece tiempos, lo que se pacta es más simbólico que efectivo. Pero en política, el símbolo también cuenta.
¿Y SI ESTA VEZ FUERA DIFERENTE?
En esa franja de tierra en la que la salud pública y la pobreza se mezclan con migración, selva, rezago y abandono histórico, la cooperación interestatal podría funcionar. Podría. Si hay seguimiento. Si hay voluntad. Si hay presupuestos. Si hay memoria institucional.
Por ahora, la alianza entre Tabasco y Chiapas es eso: una apuesta. Una que podría prevenir muertes. Que podría frenar brotes. Que podría sentar un precedente de gestión sanitaria regional en un país centralista.
Pero también podría ser otra promesa que se hunde en el lodo de la frontera.
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