Cuando llegué a Barreal Cuauhtémoc, después de un viaje complicado y largo, rodeando cerros y despeñaderos, quedé desconcertado. Desde la ventanilla de la camioneta veía un pueblo rodeado de otros pueblos, que en realidad eran pequeños asentamientos anidados entre las montañas y entrelazados por puentes colgantes, como una constelación de historias.
Al recorrer sus caminos, percibí que el tiempo en este lugar es otro, se desliza pausado como el río que los atraviesa, pero resguarda costumbres y creencias que llegaron a ese lugar muchos siglos atrás y que perduran, algunas en forma de ritos y otras como leyendas de sus antepasados mayas.
Acostumbrado a la planicie baja, al llegar a este y otros pueblos de Tacotalpa, como La Raya Zaragoza, La Libertad, Oxolotán y Madero, descubrí un cosmos ajeno a Tabasco, donde la geografía accidentada ha jugado en contra del desarrollo que se observa en otras regiones como el Centro o La Chontalpa, pero que a la vez los ha protegido como grupo indígena.
Todos en esa zona son orgullosos de su lengua ch’ol, la cual convive en minoría con el zoque y tsotsil, que, según historiadores, llegaron con los grupos mayas a toda la región conocida como Sierra de los Zoques, en los siglos cinco y seis, sobreviviendo a los españoles y la fe católica.
Hoy, en estas serranías, la religión cristiana se encuentra amalgamada con sus divinidades y sus creencias, lo que les permite unir en un sincretismo, al Dios cristiano con sus dioses naturales sin conflicto, en un espíritu ecléctico en el que los ríos arrastran leyendas de aparecidos, de nahuales que ponen en entredicho la gravedad, la misma materia corporal… y el tiempo.
Aunque hay comunidades que limitan con Chiapas, como la Raya Zaragoza, en realidad no hay diferencia de color, ni de costumbres, ni de visiones. Aquí los cerros juntan lo que la geografía política separa, no hay fronteras entre los barrancos, aquí comparten hasta la pobreza.
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Las tiendas del pueblo, en todas las rancherías, poblados y ejidos de la sierra, ofrecen una mercancía única y de alta demanda: el WiFi, el cual venden por 5, 10 y hasta 200 pesos, según la necesidad de los pobladores y visitantes. Ni las montañas separan a los jóvenes del TikTok o del Facebook.
Pero a falta de señal de telefonía celular, es común ver a hombres y mujeres portar equipos de radio Walkie Talkie, en el cual se transmiten los anuncios de la comunidad y de ventas: «doña Pancha anuncia que mañana va a matar un cerdo y que va a tener carne, chicharrón y manteca»; por ahí me enteré de unas deliciosas empanadas para el desayuno.
UN ADAGIO: «La cometa se eleva más alto en contra del viento, no a favor» [Winston Churchill]
En el camino llamó mi atención que en el techo de una vivienda estuviera montada una enorme bocina de altavoz, la cual es usada para avisos a la comunidad y desde luego para difundir a toda potencia cualquier venta especial de alimentos y mercancía llevada hasta esa zona.
Unos 80 tablones de madera perfectamente cortados y apilados afuera de una vivienda llamaron mi atención. La comisaria ejidal, una mujer de unos 70 años, decidió en una asamblea recuperar de un viejo casino abandonado todo el material y usarlo para rehabilitar uno de los puentes colgantes que unen colonias rurales, escuelas y que en otros casos atraviesan ríos.
Por ejemplo, en el centro de Barreal, la cancha deportiva techada se encuentra en una enorme cavidad a la que para llegar es necesario bajar por andadores formados por más de 100 escalones y, al paso, van apareciendo viviendas alojadas entre el cerro, también tiendas de todo tipo, hasta de ropa, que muchas veces sirven de descanso antes de llegar al fondo.
Eso sí, en cada poblado hay una cancha de basquetbol, una biblioteca y una ermita, lo que me hace pensar que a estas alturas, mínimo deberíamos tener jugadores en la selección nacional de baloncesto, muchos más poetas y escritores de los que existen y exportar presbíteros a iglesias de otros estados.
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Las densas nubes que se acumulan hasta el mediodía en estas lomas cobijan leyendas, rituales, tradiciones y supersticiones de los lugareños, lo cual no es de extrañarse en una región en la que han sido halladas osamentas de la era prehistórica, o sardinas ciegas nadando en un agua azufrada.
Tacotalpa está llena de cuevas, en algunas de ellas han descubierto piezas prehispánicas de extraña figura, muchas de ellas en poder de los propios vecinos de las distintas comunidades, que presumen colecciones, pues la orografía del lugar tampoco ha ayudado a explorar lo suficiente toda la magia y riqueza arqueológica enterrada.
Todos esos extraños vestigios, acompañados de leyendas y rituales, forman parte del misticismo que esconde Tacotalpa en sus comunidades rurales, donde los ch’oles conviven con sus cerros como el de La Campana o El Madrigal, a los que no solo guardan respeto, sino además veneran como dioses de la naturaleza.
En estas tierras aún se habla con respeto de los nahuales y no como simples leyendas, hay quienes incluso aseguran conocer a personajes de la comunidad que cuentan con mágicos poderes para transformarse en animales, guardianes de los secretos de la naturaleza y capaces de comunicarse con los espíritus.
Durante las noches de luna llena, estos hombres y mujeres, en un trance profundo, asumen la forma de jaguares, águilas o serpientes, merodeando sigilosamente por los montes y ríos. Los aldeanos relatan que los nahuales protegen sus tierras y cosechas, pero también castigan a aquellos que se atreven a romper el equilibrio sagrado con la naturaleza.
Un amigo, al que respeto mucho, contó que en una de las excursiones que le gusta realizar para acampar, se hizo acompañar de pobladores de una de estas comunidades serranas de Tacotalpa; ahí, a petición de él, le dieron a beber posh, una bebida ceremonial de los pueblos mayas que ha perdurado hasta la actualidad.
En una experiencia totalmente mística, después de una ceremonia, mi amigo vio, en trance, levitar sobre el río Puxcatán a un hombre que se convirtió en jaguar; real o simples alucinaciones, Tacotalpa es para mí otro Tabasco, que se ha mantenido alejado del resto del estado, escondiendo maravillas en su historia, muchas de ella aún sin descubrir.
Es un pueblo mágico auténtico, no por lo pintoresco, sino por sus costumbres, su cultura, su forma de vida alojada entre sus bajas montañas, envuelta en una selva donde aún aúllan con fuerza los monos por las noches y se oye a los cenzontles por las mañanas, un lugar maravilloso en el que viven pavoreales y guacamayas.
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