NARANJEÑO, CÁRDENAS.— Yo estuve ahí. Fue hoy viernes 9 de mayo, para no dejar que la memoria me juegue malas pasadas, cuando volví a caminar por los senderos húmedos de El Naranjeño, esa ranchería escondida entre flores amarillas, donde el río no solo parte la tierra, también divide destinos.
Volví porque algo se movía, no solo el rumor del agua ni el calor que se pega a la piel como si quisiera quedarse a vivir en uno. Volví porque me dijeron que el puente —sí, ese viejo anhelo con forma de acero y concreto—, ahora sí, iba.
Y fui.
SÓLO QUEREMOS EL PUENTE
El puente del Naranjeño, que no es un simple paso de un lado al otro, sino la arteria mayor de esta pequeña comunidad de Cárdenas, Tabasco, cayó hace seis años, cuando el río decidió reclamar su cauce.
No hubo fuerza humana que detuviera aquella creciente. El agua se tragó los tubos que Pemex había donado hace más de tres décadas. Desde entonces, la vida se partió en dos: una mitad con secundaria, iglesia, comercio, salud; la otra, con la paciencia colgada del remo de un cayuco.




Ese viernes, me paré justo frente a donde la estructura antigua existió alguna vez. Las voces del pasado aún resuenan ahí: “Solo queremos el puente”, me dijo una señora que sostenía a su nieta como quien carga futuro. Esa frase la anoté hace un año, cuando Javier May Rodríguez, entonces candidato a gobernador, vino a escuchar. No a prometer, sino —eso decía— a comprometerse.
Hoy regresó. Pero no con discurso, sino con maquinaria. No con papeles, sino con acción. Regresó como gobernador, con casco blanco, botas de campo y una sonrisa que parecía también la de los niños que ya no tendrán que pagar cinco pesos por ir a la escuela, o a misa, o a jugar al otro lado.
EL INICIO DEL CAMBIO
El gobernador Javier May Rodríguez, junto con el alcalde Euclides Alejandro Alejandro y el titular de Obras Públicas, Daniel Casasús Ruz, dio el banderazo de salida a una obra que, más que una estructura, es una promesa cumplida: la construcción del nuevo puente vehicular de El Naranjeño.
Una obra que no se improvisa: 133.33 metros de largo y 8.25 metros de ancho, modulado en ocho claros de 16.67 metros cada uno, asentado sobre nueve apoyos con pilotes de 30 metros de profundidad. Una mole pensada para durar 100 años, para resistir la fuerza del río y de los gobiernos que vengan. Con barandales de acero, superficie de concreto asfáltico, banquetas, alumbrado solar. Una estructura que parece querer decir: “aquí estoy, para rato”.
Y es que no es cualquier puente. Este une a más de 10,000 personas. Une al poblado C-11 con El Naranjeño, segunda sección. Une la escuela con los alumnos, la iglesia con los fieles, el comercio con los compradores. Une el Plan Chontalpa con el norte de Comalcalco. Une hasta el acceso a la salud: con él, un enfermo no tendrá que esperar el vaivén del río para llegar a una clínica. Es, en verdad, una vena vital del municipio.
Yo escuché a May Rodríguez hablar claro: “no venimos a engañar al pueblo, venimos a cumplir”. Dijo también que en Tabasco se acabaron los proyectos olvidados, los presupuestos perdidos entre oficinas con aire acondicionado y promesas que se las lleva la corriente.
CONCRETO Y JUSTICIA
Me pareció honesto. El gobernador no leyó discursos; caminó entre la gente, se dejó abrazar, escuchó quejas y agradecimientos. A mí, me recordó aquella vez que estuve acá hace un año, cuando todo era deseo y espera. Hoy es inicio, esperanza, hecho.
Casasús, el secretario, lo puso en cifras: 48 millones de pesos de inversión solo en este puente; más de 205 millones en infraestructura para Cárdenas este año; más de 12 mil millones entre Estado y Federación para todo Tabasco. Habló también de justicia, porque eso es lo que representa esta obra: justicia para una comunidad que fue olvidada, pero no vencida.
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La Junta Estatal de Caminos no dejó detalle al aire. Me explicaron los técnicos que este nuevo puente El Naranjeño estará cimentado lejos del cauce inestable del río, sobre terreno sólido, como se debe hacer cuando se quiere que algo dure. Me hablaron de pilotes, de acero, de alma abierta. Me hablaron de técnica, pero yo escuchaba otra cosa: futuro.
Y no solo el futuro de esta ranchería, sino de toda la región: este puente reactivará el comercio, conectará caminos, facilitará servicios de salud, impulsará educación y reducirá tiempos. Es un eslabón vital de una cadena mucho más grande que se llama desarrollo.
PALABRAS QUE PESAN
Yo me senté un rato a la sombra de un árbol que mira el río. Lo observé, como si él también esperara el nuevo puente. Sus aguas, tranquilas hoy, parecían contener la memoria de los días en que todo era incertidumbre. Imaginé a los niños cruzando en bicicleta, a los abuelos caminando sin temor, al mercado fluyendo otra vez. Este puente, me dije, no solo une orillas: teje dignidad con acero y concreto.
Acompañado del rumor del río, recordé algo más: este tipo de obras también comunican afecto. Porque este puente, así como lo dijeron varios vecinos, “se hizo entre nosotros”, con esa voz de pueblo que no grita, pero que insiste.
Y entonces, entre el bullicio de la maquinaria y las manos que aplaudían, escuché a una vecina, la misma de hace un año, con la niña ya caminando: “Ahora sí, señor, nos cumplieron”. Y esas palabras, créanme, pesan más que cualquier discurso político.
El puente del Naranjeño está en marcha. Y esta vez, va en serio.
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