El 11 de mayo, cuando los drones iluminaron el cielo escribiendo “Nos vemos en 2026”, las gargantas seguían coreando a Christian Nodal. Ochenta mil personas, según el gobierno estatal, permanecieron apiñadas en el Foro Tabasco hasta entrada la noche. Las luces flotaban sobre la muchedumbre como si cerraran un ritual. La Feria Tabasco 2025 había concluido.
Durante once días, la feria fue mucho más que un evento. Fue un país efímero. O mejor dicho: fue un Estado, con su gente, su comercio, su ley interna, sus fronteras simbólicas, su estética de república tropical. Más de dos millones y medio de visitantes cruzaron el parque ferial.
Una cifra oficial que, en el lenguaje de lo cotidiano, quiere decir esto: por once días, Tabasco recibió a un número de personas que triplica la población de Villahermosa, que supera por largo margen la de toda su zona metropolitana, y que equivale a casi el 2 por ciento de la población total del país.
UNA FIESTA
La Feria Tabasco tiene historia, pero también tiene presente. Fue ganadera. Fue agrícola. Fue folclórica. Ha sido suspendida por pandemias y reducida por crisis. Pero en 2025 —organizada bajo el lema La fiesta del pueblo— resurgió como una síntesis de todas sus versiones: moderna, masiva, tradicional, profundamente tabasqueña.
Desde el primer día, los indicadores superaron las proyecciones. Más de cien mil asistentes el 1 de mayo. Casi el triple apenas dos días después. El sábado 3 de mayo, se rompió el récord: 265 mil personas ingresaron en una sola jornada.
Ese día, la Arrolladora Banda El Limón atrajo a setenta mil fanáticos en el foro principal, en un concierto gratuito. Hubo gritos, estampidas, cuerpos empujados hacia las vallas, pero ningún lesionado grave. Solo el recuerdo de que el fervor también puede desbordarse.
Ese fue el tono general: alta participación, alta expectativa y alta tolerancia al caos amable del festejo.
EL PAÍS DEL CALOR
En once días, según cifras presentadas por la Secretaría de Turismo y Desarrollo Económico del estado, más de 2.5 millones de personas visitaron el recinto. La derrama económica alcanzó los 844 millones de pesos.
En el espacio de un parque ferial, Tabasco generó —día tras día— un promedio de 76 millones de pesos en ventas y consumos. Se montaron más de 900 stands comerciales, con 65 por ciento de participación tabasqueña. La gente compró pozol, ropa bordada, aretes de palma, cazuelas de barro, mojarras asadas y boletos para la rifa del Día de las Madres.
En un mismo espacio, desfilaron 847 artistas en presentaciones culturales, se realizaron 35 concursos agropecuarios y se exhibieron más de mil cien ejemplares ganaderos. Pero el espectáculo de masas, el que generó los titulares, sucedió cada noche en el Foro Tabasco: doce conciertos gratuitos, uno por jornada.
Desde Nelson Kanzela hasta Alejandra Guzmán, desde Junior Klan hasta Los Ángeles Azules, los foros se llenaron con más de 380 mil asistentes acumulados. Algunos conciertos, como el de clausura con Christian Nodal, rebasaron incluso las expectativas más optimistas.
A lo largo de esa semana y media, la feria fue también una central digital. Más de 63 millones de visualizaciones en redes sociales oficiales, 15.9 millones de usuarios alcanzados, 4.8 millones de interacciones, 448 mil nuevos seguidores. La feria no solo se vivió, se compartió. No solo se pisó, se proyectó.
VOCES DEL EDÉN
Al fondo del pabellón de Cárdenas, entre velas decoradas y frascos de conservas, una mujer de manos curtidas despachaba vasos de pozol con hielo. Se llamaba Elvira. “Nunca había vendido tanto en tan pocos días”, dijo, sin dejar de mover el cucharón. Aseguró que durante el fin de semana más concurrido —ese sábado de 265 mil visitantes—, vendió lo que normalmente gana en un mes entero. “Me fui sin nada. Hasta el hielo se acabó”.
Unos metros más allá, entre los stands institucionales, dos niños se fotografiaban en la jaula de bateo del stand de los Olmecas. A su lado, un joven policía sostenía un raspado. Sonrió cuando notó que lo observaban. “Sí, hay que hidratarse también. Esto no es un operativo, es una peregrinación alegre”, comentó mientras barría con la mirada la explanada.
En la nave agropecuaria, el gran campeón bovino —un ejemplar de 850 kilos, piel brillante, mirada paciente— recibía aplausos como si fuera una celebridad. Su dueño, un ganadero de Nacajuca, posaba con la cinta azul entre las manos. “Este premio me da para invertir en la finca. Pero sobre todo, me da orgullo. Aquí sí reconocen lo que hacemos con las manos, con el lodo”.
El sábado anterior, en el concurso de cocina tradicional “Del Río a tu Mesa”, once cocineras de distintos municipios compitieron con platillos de mojarra en salsa, envueltos en hoja de plátano o cocidos al carbón. Una de ellas, Margarita, de Tacotalpa, ganó el primer lugar con una receta que su abuela le enseñó a los doce años. Recibió su reconocimiento entre aplausos, mientras sostenía una cazuela de barro. “Me preguntaron si estudié gastronomía. Les dije que sí: en la cocina de mi casa”.
Cerca del mediodía, en la zona de juegos mecánicos —que fueron gratuitos el 30 de abril y el 6 de mayo—, un niño subía por tercera vez al tren del gusano. Su madre, sentada a la sombra de una lona, vigilaba con una botella de agua en la mano. “Lo traje porque su escuela no tiene aire. Allá suda y llora. Aquí al menos, suda y se ríe”, dijo sin sarcasmo.
Así fue la feria: no solamente números, sino cuerpos. Cuerpos en movimiento. Cuerpos sudando, vendiendo, cantando, comiendo, bailando. La estadística fue cierta, pero también lo fue el gesto íntimo de un padre dándole agua a su hija entre canción y canción de Los Ángeles Azules.
CONTRAPUNTO
Fue una feria exitosa. Eso es innegable. Los números la respaldan: más de 2.5 millones de asistentes, más de 844 millones de pesos en derrama económica, 12 conciertos gratuitos, 900 expositores, miles de platos servidos y decenas de concursos rurales, ganaderos, gastronómicos y culturales. Ningún evento reciente en Tabasco había producido semejante concentración de recursos, energía y atención mediática.
Pero también fue, como toda gran celebración popular, una prueba de fondo para el Estado.







Pocas veces una administración pone a prueba su capacidad de logística, movilidad, seguridad y narrativa con tanta exposición pública. La Feria Tabasco 2025 fue, además de una fiesta, una operación gubernamental de altísimo riesgo. No hubo hechos graves que lamentar, y eso en sí mismo constituye un logro político. La vigilancia funcionó. El tránsito colapsó solo en momentos previsibles. El descontento fue marginal. El saldo blanco, más allá de la cifra, también lo fue en la percepción.
¿Fue también una puesta en escena? Por supuesto. Y no hay que subestimarla por eso.
La feria, con sus luces y espectáculos, no solo vendía productos: proyectaba una narrativa colectiva. Una donde Tabasco se muestra como un Estado que recupera su autoestima pública. Donde el campo no es símbolo de atraso, sino de abundancia. Donde los pueblos indígenas no son invisibles, sino protagonistas de sus propias danzas. Donde los tamborileros, las cocineras, los ganaderos y hasta los estudiantes de ciencia tienen un stand y una voz.
Es cierto: hay pobreza. Hay desigualdad. Hay escuelas sin ventiladores y comunidades que no visitaron la feria por falta de transporte. Pero también es cierto que el Edén se permitió una celebración de sí mismo sin pedir permiso, sin esconder sus raíces, sin disculparse por ser lo que es: una cultura viva, ruidosa, desbordada, a veces caótica, pero profundamente suya.
La operación silenciosa detrás del saldo blanco
Durante once días, más de 2.5 millones de personas cruzaron los pasillos de la Feria Tabasco 2025. Conciertos gratuitos, calor, vendedores, niños, drones, mojarras, tamborileros. Doscientas sesenta y cinco mil personas en un solo día. Y, sin embargo, nadie cayó.
El gobierno estatal reportó saldo blanco. No hubo muertos, ni heridos graves, ni caos desbordado. Lo que suena a frase protocolaria, en realidad fue el resultado de una operación logística compleja y eficaz.
Más de 600 elementos de seguridad participaron en el operativo. Según la SSPC, se desplegaron 250 agentes preventivos, 85 custodios penitenciarios, 90 de la Policía Estatal de Caminos, y 180 más de la Guardia Nacional, SEDENA, SSPC federal y Fiscalía estatal. El parque fue patrullado día y noche, con especial vigilancia en zonas de alta concentración como el Foro Tabasco.
Los incidentes fueron menores: niños extraviados, desmayos por calor, asistentes en estado inconveniente. Todos atendidos. En el concierto de Christian Nodal, con 80 mil personas, se activaron filtros de control y rutas de evacuación preventiva. Hubo presión, empujones, tres desvanecimientos. Pero ningún hecho trágico.
A diferencia de otras ferias del país que han registrado altercados y caos logístico, Tabasco logró sostener una fiesta masiva sin ruptura. A pesar de que la proporción fue de un agente por cada 4,000 asistentes, el equilibrio se sostuvo gracias a un trabajo previo de planeación y coordinación.
La seguridad no fue visible. No fue protagonista. Y eso, en este contexto, fue su mayor éxito.
“La mejor seguridad es la que no se nota”, dijo uno de los paramédicos voluntarios. Y eso fue lo que se logró: preservar el orden sin estorbar la fiesta.
El verdadero reto no fue evitar la tragedia. Fue evitar que se pensara siquiera en ella.
No es poca cosa. En un país donde los eventos públicos se privatizan, donde los espectáculos populares se vuelven inaccesibles, Tabasco montó una feria gratuita, masiva, descentralizada en su contenido y orgullosa de su identidad. Lo hizo sin simulación, sin cosmética corporativa. Y la gente respondió: no por protocolo, sino por deseo.
La pregunta que deja la feria no es si fue exitosa. Lo fue. La pregunta es otra: ¿cómo sostener esa energía, esa organización y esa visibilidad del pueblo más allá de once días al año?
HASTA EL PRÓXIMO AÑO
Al final, el parque quedó en silencio. Las luces se apagaron, los juegos mecánicos se desmontaron, y los últimos comerciantes cargaron las cajas aún húmedas por la llovizna. Las letras gigantes de “Feria Tabasco 2025” quedaron en pie como testigos de lo que ocurrió. Y el recuerdo, como suele pasar en el trópico, comenzó a secarse con la brisa nocturna.
Pero algo permanece.
Quizá fue la sensación de pertenencia. De comunidad. De un nosotros que rara vez se expresa con tanta claridad. En un país que acostumbra a fracturarse, Tabasco se permitió durante once días ser uno solo: ruidoso, abigarrado, orgulloso, festivo. No mejor, pero sí más entero.
Y cuando los drones escribieron “Nos vemos en 2026”, no fue solo una despedida. Fue una promesa. Una forma de decir que esa identidad colectiva no es casual ni pasajera. Que está ahí. Que regresa cada mayo. Y que, si se cuida, puede durar más allá de la feria.
Aunque sea por unos días, Tabasco se volvió Estado. Uno donde todos cabían. Uno donde la alegría fue política. Y eso, en tiempos como estos, también cuenta.
Sigue nuestro canal de WhatsApp
Recibe las noticias más importantes del día. Haz clic aquí