Las comunidades indígenas yokot’an de Tabasco están recuperando su vínculo ancestral con el agua gracias al programa Pescando Vida, que impulsa la piscicultura como una vía para el desarrollo social y la seguridad alimentaria. Por primera vez en décadas, 400 pescadores y pescadoras de Nacajuca, el municipio con mayor presencia indígena en el estado, recibirán un jornal mensual de cinco mil pesos para cultivar mojarra tilapia en ríos y lagunas.
Este esfuerzo no solo busca mejorar el sustento de las familias, sino también repoblar los cuerpos de agua con especies nativas que han disminuido por la sobreexplotación y la falta de apoyo institucional.
Pescando Vida en Tabasco: conexión entre cultura, economía y medio ambiente
Las y los beneficiarios del programa estatal, implementado por el gobierno de Javier May Rodríguez, celebraron ser tomados en cuenta tras años de exclusión de las políticas públicas. Testimonios como el de Isela Yazmín de la Cruz, originaria del ejido El Encanto, reflejan el impacto emocional y económico de esta iniciativa: “Toda nuestra vida ha sido la pesca, pero apenas ahora llegó la ayuda”.
Durante una gira de trabajo en Bosques de Saloya, el gobernador entregó 400 constancias a las y los beneficiarios de este primer bloque, quienes destacan el valor de poder generar ingresos propios, vender mojarra a buen precio y contribuir al bienestar de sus comunidades.
Un plan a largo plazo para miles de familias tabasqueñas

En su intervención, el mandatario subrayó que Pescando Vida beneficiará a 10 mil personas en cuatro años, comenzando con 2,500 en 2025. Afirmó que se trata de un empleo permanente, en el que cada participante será su propio jefe, dejando atrás la dependencia de patrones.
La estrategia también busca restaurar el equilibrio ecológico en una entidad cuya riqueza hídrica —más del 70% del territorio está cubierto por la cuenca Usumacinta-Grijalva— no se había aprovechado para impulsar la piscicultura a nivel comunitario.
Con historias como la de Martha Reyes, de la ranchería Belén, y Andrés Osorio, de Jiménez, queda claro que el programa no solo ofrece sustento, sino también dignidad, pertenencia y futuro para las comunidades yokot’an. Hoy, el río vuelve a ser vida.
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