En la confrontación entre Ernesto Zedillo y Claudia Sheinbaum, lo que se juega no es únicamente una pensión vitalicia, una crítica editorial o un rescate bancario convertido en peso muerto. Lo que se pone sobre la mesa es la versión oficial del pasado y la legitimidad del presente. La narrativa del neoliberalismo frente a la de la Cuarta Transformación, en su máxima tensión.
Como pocas veces desde su salida del poder en 2000, Zedillo ha reaparecido con voz propia y con una crítica frontal. Acusó a la 4T de asesinar a la “joven democracia mexicana” y de consolidar una tiranía con partido hegemónico.
Lo hizo desde Letras Libres, una publicación emblemática del liberalismo político mexicano, y lo reforzó con cartas, entrevistas y datos. A su vez, Sheinbaum respondió con una ofensiva política y narrativa: reabrió el expediente del Fobaproa, cuestionó la pensión del ex presidente y puso sobre la mesa el uso del poder público a favor de los poderosos.
La presidenta no sólo refutó. Aprovechó. Tomó control de la narrativa e hizo de Zedillo un símbolo del modelo que la 4T busca desmantelar. El debate subió de tono porque ya no es sólo entre dos figuras: es entre dos modelos de país.
LA LEGITIMIDAD EN DISPUTA
El análisis sereno que Zedillo busca proyectar se ve opacado por su pasado. La figura del expresidente aún carga el peso simbólico de los “errores de diciembre”, del rescate bancario privatizador, de las represiones de Aguas Blancas y Acteal, y de su tránsito directo del poder público a los consejos corporativos de empresas beneficiadas por su gobierno.
Para sus críticos, Zedillo no tiene autoridad moral para hablar de democracia. Y en ese punto, la 4T encuentra un terreno fértil. Reavivar los efectos del Fobaproa —ese rescate que hasta hoy cuesta más de 2 billones de pesos a los mexicanos— permite no solo señalar inconsistencias, sino reforzar su relato: el Estado estaba al servicio de una élite.
El debate de fondo, sin embargo, no es económico. Es político y simbólico. Zedillo denuncia que la elección de jueces y ministros bajo voto popular es una simulación. La 4T responde que por décadas el Poder Judicial ha servido a intereses privados, no al pueblo. En ese cruce, ambas partes presentan un dilema: ¿control popular o justicia profesional?, ¿democracia participativa o institucionalidad técnica?
SHEINBAUM CAPITALIZA Y REDEFINE
Claudia Sheinbaum, con cálculo fino, no sólo refutó las acusaciones: las convirtió en una oportunidad. Lejos de esconderse o delegar, decidió asumir el protagonismo en un terreno que muchos evitarían: el debate con un expresidente. Lo hizo en tono directo, desde su mañanera, pero también desde la estrategia política.
Reabrir el caso del Fobaproa no es casual. Es un símbolo que conecta con la memoria social del agravio económico. Significa revivir las historias de quienes perdieron sus casas, sus negocios o sus ahorros en 1995. Pero también es una forma de proyectar una imagen: la de un gobierno que no olvida quién puso la carga en la espalda del pueblo.
Al exigir un informe al Banco de México sobre la pensión de Zedillo, Sheinbaum no busca una reforma fiscal. Busca subrayar el contraste. Mientras el expresidente recibe 143 mil pesos mensuales, el gobierno actual presume austeridad, recorte de privilegios y redistribución.
En este juego, Sheinbaum no sólo responde. Redefine. No se trata de confrontar a Zedillo por revancha, sino por pedagogía política. La presidenta no discute con el hombre, sino con el modelo que representa.
EL PRI YA NO ESTÁ SOLO
Zedillo no está solo, pero tampoco representa a una oposición articulada. Su intervención expone el vacío opositor. En ausencia de una candidata consolidada, con una coalición que aún no encuentra cohesión, Zedillo llena el espacio de una crítica que otros temen formular. Pero esa aparición también expone su aislamiento: no habla a nombre de un bloque, no ofrece una alternativa concreta.
La derecha institucional, por ahora, recibe sin responder. Zedillo pide auditorías a Dos Bocas, al Tren Maya, al AIFA. Plantea un regreso a un modelo donde los órganos autónomos y la tecnocracia operaban sin injerencia política. Pero su discurso es reactivo. No ofrece un futuro, sino un regreso.
En contraste, la 4T, con todas sus contradicciones y errores, conserva un relato de futuro. La crítica a Zedillo activa no sólo la memoria del agravio, sino la esperanza del cambio. Y eso, en términos políticos, sigue siendo una ventaja estructural.
¿QUIÉN GANA ESTE DUELO?
Zedillo gana presencia, pero pierde autoridad. Sheinbaum gana narrativa. El debate permite a la presidenta presentarse como la heredera coherente del proyecto de López Obrador, pero con autonomía. Se muestra firme, con dominio de cifras y, sobre todo, con convicción.
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Si la 4T logra convertir este episodio en una discusión amplia sobre el pasado neoliberal y sus consecuencias, fortalecerá su legitimidad. Pero si la confrontación se limita a lo personal, el capital político podría agotarse.
El reto para Sheinbaum será mantener el tono político sin caer en el revanchismo. El reto para Zedillo será demostrar que su voz no es sólo eco del pasado, sino propuesta de futuro.
Por ahora, la narrativa del poder la sigue escribiendo la 4T.
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