CDMX.— En los pasillos del poder, hay momentos en que una mentira, lanzada al centro de la escena internacional, adquiere el peso de una verdad. La acusación de que la presidenta Claudia Sheinbaum alentó protestas violentas en Los Ángeles, lanzada desde la trinchera republicana y amplificada por actores de la oposición mexicana, representa uno de esos momentos.
No es una acusación aislada. Forma parte de una narrativa cuidadosamente ensamblada que, en tiempos electorales y bajo discursos ultraconservadores, busca crear un enemigo exterior conveniente. En ese relato, México vuelve a ser el villano de campaña y, ahora, su presidenta la protagonista de una presunta insurrección transfronteriza.
La reacción de Sheinbaum fue tan rápida como mesurada. En su conferencia matutina rechazó de manera categórica las declaraciones de Kristi Noem, secretaria de Seguridad Interna estadounidense, quien un día antes y al lado de Donald Trump, la había señalado como instigadora de los disturbios ocurridos tras las redadas migratorias.
“Jamás hemos llamado a la violencia”, reiteró Sheinbaum. Y explicó que su única referencia anterior a una “movilización” fue en el contexto de la oposición a un impuesto a las remesas. Esa “convocatoria”, dijo, consistió en una estrategia diplomática: cartas de connacionales con doble nacionalidad, reuniones con legisladores y cabildeo pacífico.
FABRICAR UNA CRISIS
Lo que en otros tiempos se habría resuelto en despachos diplomáticos fue amplificado hasta convertirse en un conflicto potencial. La derecha estadounidense encuentra en el endurecimiento del discurso migratorio una veta electoral. Y la oposición mexicana, en su afán por restar legitimidad a la nueva presidenta, se suma sin escrúpulos al guion escrito desde el extranjero.
Sheinbaum lo dijo con claridad: “No solo es una mentira deliberada, sino una irresponsabilidad política”. Detrás de las acusaciones hay una operación mediático-política para encender una crisis diplomática en los primeros meses de su gestión. El objetivo: desestabilizar, desgastar, sembrar la duda desde la oposición.
A ello se suman las voces del ala más radical de la opinión pública estadounidense. El influencer ultraconservador Charlie Kirk llegó al extremo de calificar a Sheinbaum como “una amenaza mayor que Putin”. La frase, además de absurda, delata la intención de fabricar un enemigo funcional al discurso de odio.
RESPUESTA CON FIRMEZA
En medio del estruendo, la respuesta mexicana ha sido firme pero diplomática. La presidenta se reunió con el subsecretario de Estado, Christopher Landau, para abordar el tema. No hubo exabruptos ni amenazas. Hubo, en cambio, un rechazo claro a las imputaciones y un refrendo al diálogo bilateral.
La relación entre México y Estados Unidos debe ser siempre de respeto y entre iguales. Nos corresponde actuar con responsabilidad, pero con firmeza en la defensa de nuestra soberanía, así como de los mexicanos, mujeres y hombres honestos que viven del otro lado de la frontera.… pic.twitter.com/O3WNb5nOEV
— Claudia Sheinbaum Pardo (@Claudiashein) June 12, 2025
La propia Sheinbaum destacó el papel conciliador del representante estadounidense en México, Roland Johnson, quien declaró que tanto Trump como Sheinbaum estaban del mismo lado: en contra de la violencia. La señal es clara: hay canales abiertos, y voluntad política de evitar la confrontación.
Antes de ese encuentro, Sheinbaum anticipó que dejaría claro su rechazo a la declaración de Noem. La acompañaron en la reunión el canciller Juan Ramón de la Fuente y el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch. “Frente a una declaración como la de ayer, por supuesto que contestamos que no es verdad”, dijo la mandataria. “Pero también intentamos evitar confrontaciones, por el bien de México y de los mexicanos que viven allá”.
OPOSICIÓN MEXICANA
De forma paralela, sectores de la oposición nacional hicieron eco de la narrativa estadounidense. Algunos, como el panista Marko Cortés y el priista Alejandro Moreno, pidieron a Sheinbaum “deslindarse” de la violencia. Otros optaron por el silencio.
La presidenta no escatimó al calificar esas posturas como “antipatriotas”. Dijo que la unidad nacional debería estar por encima del oportunismo político, sobre todo en defensa de los paisanos que enfrentan redadas y criminalización.
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En ese sentido, subrayó que hay 61 mexicanos detenidos en Estados Unidos y que todos ellos cuentan ya con respaldo consular. Hizo un llamado explícito a la serenidad: “Que todo mundo se serene; no ayuda la confrontación”.
FALTA DE PRUEBAS
Kristi Noem no presentó evidencias de su acusación. Ningún documento, audio o declaración concreta vincula a Sheinbaum con los disturbios. El gobierno mexicano, por su parte, ha reiterado su compromiso con la vía pacífica y diplomática.
La presidenta fue enfática: “Esa convocatoria se refería al cabildeo de senadores mexicanos –de todos los partidos– con sus pares estadounidenses; al envío de cartas, a los pronunciamientos pacíficos”. Y añadió: “Eso no tiene nada que ver con lo ocurrido. Ahora, no estamos de acuerdo con las redadas que afectan a los mexicanos que trabajan digna y honestamente”.
ENTRE NARRATIVAS
En esta coyuntura inflamable, Sheinbaum optó por la cabeza fría. No se trata de debilidad. Se trata de estrategia: desactivar un incendio sin alimentar las llamas.
Lo ocurrido no es un hecho aislado. Es un capítulo en la disputa por el relato, por el control de la narrativa entre gobiernos y actores políticos. Y en ese terreno, la presidenta Sheinbaum ha optado por el camino más complejo: el de la templanza, la diplomacia y el respeto institucional.
Mientras en Washington se busca un enemigo que alimente pasiones electorales, desde Palacio Nacional se responde con firmeza, pero sin estridencias. En tiempos de polarización, ese estilo puede marcar la diferencia entre un conflicto y una solución.
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