La pregunta dejó de ser retórica cuando la Fiscalía General del Estado de Tabasco giró orden de aprehensión contra Hernán Bermúdez Requena, el exsecretario de Seguridad Pública del estado, por presuntos vínculos con el grupo criminal “La Barredora”, organización ligada al Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Bermúdez huyó de México el mismo 14 de febrero de 2025, día en que se liberó la orden judicial. Salió por Mérida rumbo a Panamá, luego a España y, según información de inteligencia militar, actualmente estaría en Brasil, como reveló el general Miguel Ángel López Martínez, comandante de la 30 Zona Militar.
Pero la historia no termina ahí. Desde que José Ramiro López Obrador, actual secretario de Gobierno y hermano del expresidente, advirtió que “ya está saliendo la pus” en la Secretaría de Seguridad Pública, quedó claro que el objetivo no era solo Bermúdez.
Las investigaciones —y sobre todo la narrativa pública— comenzaron a bordear una responsabilidad mayor. El centro de gravedad se movió.
PORQUE SI HERNÁN FUE EL BRAZO, ¿QUIÉN FUE LA CABEZA?
La orden de aprehensión no solo reconfigura el mapa de la seguridad en Tabasco. Abre también una grieta política que conduce directo a quien lo nombró, sostuvo y defendió durante años: Adán Augusto López Hernández.
Como titular del Poder Ejecutivo estatal entre 2019 y 2021, fue Adán quien entregó el control total de la seguridad pública a Bermúdez Requena, y luego lo ratificó políticamente como su colaborador de confianza incluso cuando ya existían múltiples alertas internas, informes de inteligencia y señalamientos públicos sobre sus presuntos vínculos con el crimen organizado.
Apuntar a Hernán es reconocer un problema estructural.
Mirar a Adán es comenzar a hablar de complicidades de Estado.
La pregunta ya no es si lo sabía.
La pregunta es por qué lo permitió.
El general que lo dijo todo
En entrevista radiofónica, el general Miguel Ángel López Martínez reveló que el exsecretario de Seguridad de Tabasco, Hernán Bermúdez Requena, huyó el mismo 14 de febrero de 2025 —día en que se giró la orden de aprehensión— y salió por Mérida, Yucatán, rumbo a Panamá. Desde ahí, voló a España y actualmente estaría en Brasil.
“Sabíamos que iba a ocurrir”, dijo el general, quien confirmó que el gobierno estatal había informado con anticipación a instancias federales y militares.
El dato validó lo que hasta entonces solo se manejaba como sospecha: la fuga no fue improvisada. Fue una maniobra planeada.
El barco avanzaba con paso firme a través de pequeñas olas que lo abofeteaban y, luego, se desvanecían como agua efervescente, dejando un pequeño borde de burbujas y espuma a ambos lados. El cielo incoloro de octubre estaba ligeramente nublado, como si se tratara de un rastro de humo de una hoguera, y el aire era maravillosamente salado y enérgico. De hecho, hacía demasiado frío para quedarse quieto. La Sra. Ambrose se abrazó a su marido y, mientras se alejaban, se podía ver, por la forma en que su mejilla inclinada se acercaba a la de él, que tenía algo privado que comunicarle.
LA ESCALERA DEL PODER
Cuando Adán Augusto López Hernández asumió el gobierno de Tabasco el 1 de enero de 2019, no colocó de inmediato a Hernán Bermúdez como secretario de Seguridad. El cargo lo ocupó inicialmente Jorge Aguirre Carbajal, el último secretario del sexenio de Arturo Núñez. Luego, en un movimiento que pareció táctico más que improvisado, designó a Ángel Mario Balcázar Martínez, quien apenas duró unos meses en el cargo.
Pero desde el 31 de diciembre de 2018, mientras esos relevos jugaban a contener las apariencias, Adán colocó a Hernán Bermúdez en las posiciones claves: primero como vicefiscal de Delitos de Alto Impacto y al mismo tiempo como director general de la Policía de Investigación. Es decir, mientras un secretario se sentaba en la oficina y el otro se iba, Bermúdez ya operaba los hilos del sistema.
Era un nombramiento doble con poder real. Desde ahí, Bermúdez comenzó a tejer una red de lealtades internas que neutralizó a las divisiones operativas de la Fiscalía, desplazó mandos que no le respondían y construyó un bloque leal entre ministeriales y policías estatales.

¿QUIÉN ES REQUENA?
Pocos lo recuerdan, pero en 2006, Hernán Bermúdez Requena fue detenido por la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO).
Los cargos no prosperaron, pero el expediente quedó abierto.
Doce años después, en su primer día formal como gobernador, Adán Augusto López Hernández lo nombró vicefiscal de Delitos de Alto Impacto y director general de la Policía de Investigación.
Esa fue la antesala a su llegada a la Secretaría de Seguridad Pública.
El dato, olvidado por años, ahora cobra sentido: los antecedentes existían. La decisión fue política.
A finales de 2019, cuando el secretario Balcázar cayó en desgracia, Adán ya tenía a su hombre listo. Lo oficializó como titular de Seguridad Pública y, a partir de entonces, le entregó el sistema completo: policía estatal preventiva, inteligencia, ministeriales, custodios, equipo táctico y control de cárceles.
No era un jefe de policía. Era un virrey armado.
Y lo fue con pleno respaldo del gobernador.
Adán no podía alegar desconocimiento: para entonces ya había recibido informes confidenciales, alertas nacionales y hasta observaciones de la Secretaría de Gobernación. Pero no retrocedió. Lo sostuvo hasta el final. Lo protegió. Lo empoderó. Lo blindó.
Hoy que la orden de aprehensión lo persigue por nexos con el crimen organizado, esa cadena de nombramientos no parece un error. Parece un plan.
Porque Hernán no tomó el poder: se lo fueron entregando, escalón por escalón.
EL DEDO APUNTA
Cuando Javier May Rodríguez afirmó públicamente que en Tabasco “era vox populi quién comandaba La Barredora”, no solo confirmó lo que se murmuraba en voz baja: dejó claro que esa verdad ya no podía seguir ocultándose.
Tal vez por prudencia institucional —o por tratarse de su antecesor en el mismo partido—, el gobernador había evitado hasta entonces una confrontación directa con Adán Augusto López Hernández. Pero tras conocer a fondo los expedientes, las omisiones y las complicidades, optó por colocar la verdad sobre la mesa, aunque el costo fuera político.
O quizá fue otra cosa: una señal, una instrucción, un ajuste de cuentas interno, una nueva línea política desde la federación que decidió cortar de raíz con las sombras del pasado.
Lo cierto es que de aquella frase improvisada en una rueda de prensa, a la presentación de la demanda y el anuncio de que Hernán está prófugo pasaron meses. Fue así que en pocos días el pacto no escrito de silencio se convirtió en un campo minado, y el exsecretario Bermúdez dejó de ser el único señalado.
Porque si todo mundo sabía quién comandaba La Barredora, ¿por qué Adán Augusto López Hernández se lo permitió?
¿Por qué lo sostuvo, lo protegió y lo encumbró?
Lo que era una conversación de pasillo se volvió acusación pública.
Y el nombre de Adán dejó de ser un susurro para convertirse en el verdadero centro de la historia.
LA PUS SALE
El domingo 13 de julio de 2025, el secretario de Gobierno, José Ramiro López Obrador, soltó una frase que ya se volverá histórica:
“Ahora sí está saliendo la pus.”
No hablaba de un caso aislado. Hablaba de una infección institucional.
Y lo dijo desde el lugar que más le duele a la clase política tabasqueña: la Secretaría de Seguridad Pública. El señalamiento no fue casual ni improvisado. Fue el anuncio de una línea nueva, más dura, más reveladora. Un viraje que ya no oculta, que ya no cubre.
Porque lo que durante años fue sospecha, ahora se convierte en narrativa oficial: el sistema de seguridad pública de Tabasco fue corrompido desde dentro, y quienes lo encabezaron son ahora prófugos, investigados o en silencio.
Pero ¿por qué hasta ahora?
¿Qué cambió para que, tras años de denuncias ignoradas, la administración de May decidiera abrir los archivos, girar órdenes de aprehensión y dejar correr la verdad?
La respuesta está en la coyuntura política.
Con el desgaste de Adán Augusto en la escena nacional —tras su confrontación con Claudia Sheinbaum, su fallida precandidatura presidencial y su repliegue en el Senado—, el costo político de protegerlo se volvió más alto que el de exponerlo.
Y entonces, salió la pus.
La figura de Bermúdez pasó de ser el símbolo de la seguridad estatal durante tres administraciones, a convertirse en el engranaje de una red que hoy se identifica como una estructura criminal infiltrada.
Y el silencio de Adán pesa más que nunca.
Porque cuando en noviembre de 2024 se le preguntó si conocía las declaraciones de May sobre La Barredora, su respuesta fue de una evasiva brutal:
“No conozco las declaraciones del gobernador y no opino sobre asuntos que no conozco.”
Esa frase también quedará para la historia.
Porque lo conocía todo.
Porque desde el 31 de diciembre de 2018, él mismo nombró a Hernán Bermúdez vicefiscal de Alto Impacto y director de la Policía de Investigación.
Y porque la única pus que sale es la que se dejó crecer.
LA HERENCIA DEL MIEDO
Hernán Bermúdez no construyó su poder en solitario. Su ascenso fue posible gracias a un ecosistema que lo cobijó, le dio mando operativo y lo dejó actuar sin contrapesos.
Durante años, la Secretaría de Seguridad Pública en Tabasco funcionó como una caja negra. Ninguna rendición de cuentas. Ninguna auditoría pública. Ningún contrapeso real.
Ni la Fiscalía General del Estado, ni el Congreso local, ni el Órgano Superior de Fiscalización revisaron a fondo lo que ocurría puertas adentro.
Ese blindaje tenía una razón: la seguridad era un enclave de poder político.
Y como tal, se protegía con lealtad vertical.
Quienes denunciaron, perdieron el empleo.
Quienes callaron, sobrevivieron.
Hoy, el discurso ha cambiado. Pero la policía que Hernán construyó sigue viva en muchas zonas del estado.
Con sus mismos mandos, sus mismas prácticas, su misma lógica de control.
La desactivación del aparato no será inmediata.
Ni indolora.
Porque lo que se heredó no fue solo un sistema podrido.
Fue un legado de miedo.
Uno que ahora la administración actual tiene el reto de desmontar… sin quedar atrapada en él.
¿PIEZA DESECHABLE?
En los pasillos del Senado ya no se pronuncia su nombre con reverencia.
En Palacio Nacional, su interlocución se diluyó desde la precampaña presidencial.
Y en Tabasco, el terreno que una vez fue su bastión, se convirtió en territorio de silencio incómodo y señales que hablan más que los discursos.
¿Sigue Adán Augusto López Hernández siendo un actor con peso en la Cuarta Transformación?
La respuesta comienza a inclinarse hacia el no.
Con el desgaste provocado por su fallida precandidatura presidencial, su ruptura tácita con Claudia Sheinbaum, y su falta de operación política en la nueva estructura morenista, Adán se ha ido quedando solo.
Pero el caso Hernán Bermúdez puede marcar su sentencia política definitiva.
Porque el señalamiento ya no es velado: se le responsabiliza de haber entregado la seguridad pública de Tabasco a un operador criminal. De haber sido, en los hechos, el padrino político de un sistema de seguridad infiltrado por el crimen organizado.
Y en un momento en el que Estados Unidos endurece la lupa contra políticos mexicanos con nexos criminales, el expediente Adán-Bermúdez podría escalar.
¿Es por eso que se rompió el silencio?
¿Es por eso que ahora “sale la pus” y se revelan conexiones antes ocultas?
En la lógica del poder, la protección política se mantiene mientras el protegido sigue siendo útil.
Y hoy Adán no representa ya un equilibrio interno ni un contrapeso funcional.
Por el contrario: se volvió una carga.
Una ficha incómoda.
Un expediente que no conviene dejar abierto si la 4T quiere blindarse rumbo a las elecciones intermedias de 2027.
Hay quienes en Tabasco —y más arriba— consideran que Adán debe pedir licencia a su cargo en el Senado. Que debe apartarse, hacer silencio, desaparecer un tiempo.
Otros ven en su caída una forma de cerrar ciclos y enviar mensajes: en esta nueva etapa de la transformación, no hay espacio para quienes vincularon la política con la delincuencia.
En ese tablero, Adán ya no es intocable.
Ni en Tabasco.
Ni en Morena.
Ni en el país.
Al final, la imagen más poderosa no fue la orden de aprehensión.
Ni la frase de José Ramiro.
Ni la evasiva de Adán.
Fue el silencio ensordecedor que siguió a todo eso.
Un silencio que ya no protege, sino que acusa.
Porque lo que alguna vez fue estructura de poder, hoy es un expediente con fecha, siglas y apellidos.
Y lo que alguna vez se manejó como “estrategia de seguridad”, hoy se desmorona como una red de complicidades tejidas a la sombra del poder.
En Tabasco, los operadores políticos evitan pronunciar nombres.
Los aliados miran hacia otro lado.
Los notarios de la historia empiezan a deslindarse.
Y ese es, quizá, el signo más claro de que la caída ya empezó.
Bermúdez se fue.
Pero su estela sigue.
Y en esa estela, el nombre que flota —cada vez más visible— es el de Adán Augusto López Hernández.
A él no lo persigue una orden de aprehensión.
Lo persigue una pregunta sin respuesta.
Y en la política, cuando no puedes responder, te vuelves culpable por omisión.
Ahí está el verdadero peligro.
No en los expedientes.
Sino en lo que ya se volvió narrativa histórica.
Porque tarde o temprano, la historia deja de ser contada por los vencedores.
Y empieza a escribirse con los silencios que nadie quiso romper.
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