ANÁLISIS | A Noroña se le reventó el barzón: del activismo al jet privado

Héctor I. Tapia

A Gerardo Fernández Noroña se le reventó el barzón.

El hombre que un día encabezó a los deudores del Fobaproa, que gritó contra los bancos y durmió en los plantones del pueblo, hoy viaja en avión privado y presume mansiones en pueblos mágicos.

El símbolo del activismo de izquierda terminó convertido en un político con gustos finos. Y lo que un día fue su bandera —la austeridad republicana— hoy es su grieta más visible.

El senador Fernández Noroña arribó en jet privado a su gira por Coahuila.

DE LOS MÁRGENES AL PODER

Durante años, Noroña vivió en los márgenes del poder. En los noventa, se volvió rostro del movimiento del Barzón, aquel que nació de la rabia de miles de familias endeudadas tras la crisis de 1994.

Con una cadena humana y un altavoz, impedía desalojos, enfrentaba granaderos, electrificaba rejas para que la gente no fuera expulsada de su casa. Era el vocero de los quebrados.

Aquel Barzón era símbolo de resistencia popular. De ahí salió el mito de un Noroña solidario, combativo, incorruptible.

Pero el tiempo y el poder lo trasladaron de las calles a los salones. En 2024, con el proceso interno de Morena impulsado por el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador, el agitador marginal se coló entre las “corcholatas” y consiguió la presidencia del Senado.

El viejo rebelde había entrado, por fin, al sistema que juró combatir.

DEL BARZÓN AL JET

La transformación no fue ideológica: fue estética.

Apareció una casa en Tepoztlán, valuada en 12 millones de pesos. Luego, un vuelo en avión privado Socata TBM850, a una gira por Coahuila.

Un viaje de seis horas que costó unos 280 mil pesos, según registros de aeronáutica.

El mismo hombre que acusaba a los diputados de vivir con privilegios ahora aterriza en jets ejecutivos. El que gritaba “el poder emana del pueblo”, se sube a una nave que pocos en el pueblo podrían pagar.

Las imágenes lo mostraron bajando la escalinata del avión, sonriente, acompañado por sus aliados locales. En sus redes, la gira llevaba un título paradójico: “A ras de tierra”.

Pero el discurso no resistió la foto.

Ahí, en el aire, se reventó el barzón: se rompió el lazo entre la retórica y la realidad.

AUSTERIDAD DE LUJO

Noroña gana 131 mil pesos al mes como senador.

Pero sus gustos cuentan otra historia: vuelos ejecutivos, camionetas Volvo, suites de hotel y cenas privadas.

Cuando lo cuestionaron por volar en clase Business a Estrasburgo, respondió con naturalidad:

Para eso trabajo. Mi estatura no me permite viajar cómodo en turista”.

A la crítica por el jet respondió igual:

La compañera presidenta dijo que cuando es necesario se puede”.

El discurso de austeridad terminó reducido a un acto de interpretación personal.
La austeridad dejó de ser un principio para convertirse en un pretexto.

Incluso la presidenta Claudia Sheinbaum marcó distancia:

Cada quien que responda por sus actos”.

Una frase seca, pero suficiente para entender que en Palacio ya no hay paciencia para las contradicciones.

EL HOMBRE Y EL PERSONAJE

De los plantones de Reforma al sillón de la Mesa Directiva, Noroña no ha cambiado de método: grita, provoca, insulta.

La estridencia fue siempre su herramienta.

Pero lo que antes era rabia genuina hoy suena a pose.

El activista se volvió funcionario.

El tribuno del pueblo se convirtió en un político con reflejos de clase alta.

Aquel que dormía entre carpas ahora compra propiedades con vista a la montaña.

El personaje superó al hombre, y el discurso, finalmente, alzó vuelo… en jet privado.

El resultado es paradójico: quien juró fiscalizar los privilegios, terminó siendo uno más entre ellos.

LA CAÍDA DEL DISCURSO

La historia de Gerardo Fernández Noroña resume una lección de época:

No hay narrativa de izquierda que sobreviva al confort de la derecha económica.

No hay discurso de pueblo que resista una foto en un avión ejecutivo.

El Barzón —aquel símbolo del vínculo con los pobres— se le reventó en pleno vuelo.

Y al romperse, mostró algo más profundo:

Que el poder no cambia a las personas; simplemente las exhibe como son.

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