La reunión de hoy entre el gobernador Javier May Rodríguez y el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch, no es un evento aislado ni un acto protocolario. Es una de esas citas en las que se ajusta la brújula y se afina la estrategia para que el estado recupere el control del rumbo.
El despliegue de 300 militares adicionales —que elevan a 480 el número de efectivos enviados en lo que va del año ya más de 2 mil desde el inicio del operativo Tabasco Seguro en 2024— es una acción que responde a la complejidad del territorio tabasqueño. No es lo mismo contener la violencia en una capital donde la vigilancia puede concentrarse en puntos estratégicos, que hacerlo en comunidades apartadas de Cárdenas o Huimanguillo, donde la dispersión poblacional y la lejanía facilitan la movilidad de los grupos delictivos.
Pero más allá del esfuerzo operativo, la percepción sigue siendo un desafío. No es solo lo que ocurre, sino cómo lo interpretamos. El miedo se propaga con más velocidad en los chats de WhatsApp que en la realidad. Una frase sin confirmar es suficiente para vaciar calles y restaurantes. En su visita al estado lo mencionó el presidente de la Concanaco, Octavio de la Torre: «la aportación de Tabasco al país es invaluable». Sin embargo, parece que necesitamos que alguien de fuera nos lo recuerde, porque aquí estamos demasiado ocupados en la queja o en la fatalidad.
Alguien escribió hace poco que hay dos Tabascos: el de la sangre y el de la administración pública. Como si fueran realidades paralelas. Pero en realidad es uno solo, con desafíos distintos, pero con el mismo destino. Y aunque el mar esté revuelto, remar juntos no es una cuestión de unidad, sino de responsabilidad compartida.
El timonel puede corregir el rumbo, pero no puede cambiar la corriente solo. La pregunta es si los que estamos a bordo entendemos que el destino nos alcanza a todos, o si seguiremos atrapados en la inercia de la queja, sin aportar al cambio que exigimos.
