Apenas uno cruza la entrada, el silencio cambia. No es el del tráfico amortiguado por los árboles del boulevard Adolfo Ruiz Cortnes. Es otro: el que guarda la piedra tallada y la selva que la abraza.
Aquí, en las entrañas verdes del Parque Museo La Venta, todo parece detenido en un tiempo que no es este. O que al menos, ya no se sostiene por sí solo.
Pero el tiempo, como el agua, erosiona.
Por eso vuelve el gobierno. No con discursos grandilocuentes, sino con retroexcavadoras, dictámenes técnicos y el espíritu de Carlos Pellicer Cámara soplando como brisa entre los guanos.

“Vamos a cuidarlo y protegerlo”, dijo el gobernador Javier May Rodríguez mientras recorría los andadores rotos y las ceibas heridas. Y no era una promesa cualquiera. Era, de algún modo, una forma de pedirle permiso al poeta para intervenir su obra viva.
UN POEMA DE SIETE HECTÁREAS
Pellicer lo dijo en una carta a Alfonso Reyes: “Figúrate un poema de siete hectáreas, con textos milenarios y encuadernado en misterio”. Así imaginó este lugar. Así lo soñó. Un museo sin vitrinas. Una selva donde los visitantes descubrieran, no observaran; donde caminar fuera una lectura lenta de estelas, altares y cabezas colosales.
Ese poema está hoy maltrecho. Las esculturas, esculpidas en basalto y traídas desde el corazón de La Venta con grúas prestadas por Pemex, han resistido más de medio siglo a cielo abierto.
La lluvia las ha ido deshaciendo poco a poco. Las raíces invadieron el trazo original. Los felinos, aves y venados del zoológico, muchos en depresión, miran sin moverse. La selva ya no cobija: se ha convertido en peso y amenaza.
DEVOLVERLE EL ALMA
Ahora, desde julio, arrancó un plan para rehabilitar este recinto que es memoria, escultura y territorio emocional de los tabasqueños. Se retirarán los sedimentos. Se recuperará el aviario.
Se techan algunas piezas para evitar su deterioro. Se abrirá un Centro de Atención a Visitantes. Pero, sobre todo, se respetará la idea fundacional: esa que tejió Pellicer entre la poesía, la arqueología y el asombro.
Y ese rescate, más allá de las acciones visibles, revela una decisión estratégica de fondo. Mientras el Museo Nacional Olmeca —anunciado con fuerza— permanece en pausa, sin avances técnicos ni obras visibles, el gobierno de Javier May Rodríguez desplaza la mirada hacia lo tangible, lo urgente, lo simbólicamente poderoso.
Se trata de rescatar un lugar que ya existe, que ya habla, que ya respira. El Parque Museo La Venta no es promesa: es realidad en riesgo.





No se cancela la idea del museo nacional. Pero sí se reubica. Hoy la prioridad no está en vitrinas futuras, sino en las piedras vivas que el poeta colocó entre la selva. En ese gesto, el gobierno del estado conecta la continuidad de la identidad cultural con el aquí y el ahora: del verso a la restauración, del poema fundacional a la política de conservación.
LO QUE EL POEMA NOS PIDE
Este rescate no se trata solo de restaurar. Se trata de volver a mirar el Parque Museo La Venta como lo pensó su autor: un espacio donde se funden los tres reinos: animal, vegetal y humano. Donde cada cabeza colosal murmura algo sobre nuestro origen. Donde los jaguares de basalto nos recuerdan lo que somos: barro que piensa.
El Parque Poema es también un espejo. Un sitio donde la cultura no se consume, se recorre. Donde las familias van a oír a los monos y a leer sin saber que leen. Donde cada altar prehispánico y cada raíz viva necesitan no solo conservación, sino respeto y continuidad.
Por eso no se tirarán árboles. Por eso no habrá plástico donde hubo palma. Por eso los trabajos serán vigilados por la misma semilla que Pellicer plantó: la convicción de que un museo también puede ser selva, que un poema puede tener senderos, y que la identidad no solo se cuenta: se camina.