Hoy se desató una tormenta de opiniones tras el anuncio del Premio Nobel de Economía 2024, otorgado a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, quienes han dedicado sus carreras a teorizar sobre las causas de la pobreza mundial. ¿Pero es realmente este un triunfo académico o un reconocimiento a quienes estudian la miseria desde las cómodas torres de marfil de las universidades más prestigiosas? Para algunos, este premio valida sus investigaciones sobre el papel de las instituciones, pero para muchos otros, es difícil aceptar que estos economistas de élite realmente comprendan lo que significa vivir en pobreza extrema.
Acemoglu y Johnson, ambos profesores en el MIT, una de las universidades más exclusivas del mundo, llevan años defendiendo que las instituciones son la clave del desarrollo económico, dejando de lado factores como la geografía o la cultura. Sin embargo, esta postura ha generado una feroz crítica entre sus colegas, quienes argumentan que esta visión simplista ignora las complejas realidades de las naciones en desarrollo. ¿Es correcto reducir las desigualdades globales a simples fallos institucionales? Johnson, en particular, ha estado en el centro de la polémica al afirmar que la desregulación financiera, y no la compra de viviendas por personas de bajos ingresos, fue la causa de la crisis financiera de 2008. ¿Es un héroe del análisis financiero o un académico desconectado de la realidad?
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Por otro lado, Robinson, profesor de la Universidad de Chicago, ha dedicado parte de su investigación a países de América Latina y África, pero, al igual que sus colegas, nunca ha experimentado de cerca la pobreza que estudia. Su colaboración con Acemoglu ha producido libros aclamados como “Por qué fracasan los países”, donde repiten la idea de que las instituciones son el motor de la prosperidad o el fracaso económico. Sin embargo, este enfoque ha sido duramente criticado por ignorar la importancia de los factores históricos y culturales que influyen en el desarrollo de cada país.
Con este premio, el debate sobre cómo interpretar la pobreza y sus causas se intensifica. Aunque las teorías de Acemoglu, Johnson y Robinson pueden ser útiles para entender parte de la problemática, la gran pregunta es si sus análisis, formulados desde universidades de élite, realmente ofrecen soluciones prácticas. ¿Es este Nobel un reconocimiento merecido o solo una forma de glorificar teorías que, en la práctica, dejan mucho que desear para quienes viven la pobreza día a día?