La lluvia no llega a Tenosique, pero el aire húmedo pesa como un recuerdo permanente de los viajes inconclusos. Aquí, en el Centro de Asistencia Social para Niñas, Niños y Adolescentes Acompañados en Contexto de Migración, las huellas de quienes vienen de lejos se marcan en los pasillos. Son historias de fronteras cruzadas, de idiomas que se confunden y de sueños que buscan una tierra firme.
El gobernador Javier May Rodríguez llegó temprano, acompañado por funcionarios locales. No hubo discursos largos ni corte de listones. Solo un recorrido por las instalaciones que, desde su apertura en mayo de 2023, ha recibido a más de cuatro mil migrantes. Hoy, sin embargo, el centro apenas alberga a cuatro peruanos. Las grandes caravanas que antes desbordaban este refugio se han convertido en un goteo constante pero menos visible.
El primer punto de la visita es el área médica. Tres doctores, tres enfermeras y una psicóloga aguardan en un espacio donde se mezclan el olor a desinfectante y las historias de salud precaria que suelen traer quienes cruzan selvas, ríos y desiertos. Desde allí, la comitiva avanza hacia los dormitorios. Todo está en orden, pero los ojos del gobernador buscan los detalles que el tiempo va desgastando. Daniel Casasús Ruz, secretario de Obras Públicas, toma nota en silencio.



El gobernador recorrió el Centro de Asistencia Social para Niñas, Niños y Adolescentes Acompañados en Contexto de Migración en apoyo a los menores migrantes
Las preguntas surgen en cada esquina. “¿Qué hace falta aquí?”, cuestiona May. No hay grandes demandas, solo pequeños arreglos que se harán para mantener en pie este espacio, un lugar que se ha vuelto un puerto seguro temporal para tantas familias.
En el almacén, los estantes están llenos de provisiones: leche en polvo, granos, productos de aseo. “¿Cómo se organiza la alimentación?”, pregunta el gobernador mientras le muestran el sistema con el que distribuyen los recursos. Es un equilibrio delicado entre la dignidad y la necesidad.
El silencio del recorrido se rompe cuando llegan al área de bombeo de agua. Allí, al fondo, doña Andrea, una mujer de sonrisa amplia y manos curtidas por años de trabajo, continúa limpiando.
Es su reino invisible, donde los pisos relucen como si con cada trapeada borrara un pedazo de la pesadumbre del camino migrante. Cuando May se acerca, la saluda con una broma ligera. “¿Nos puedes trapear los zapatos también?”, dice con tono de complicidad. Doña Andrea ríe con ganas, como quien sabe que la ironía es un bálsamo.
“Me da gusto que el gobernador se preocupe por los migrantes. Ellos también son nuestros hermanos”, comenta después, mientras los visitantes se alejan. Sus palabras flotan en el aire pesado, impregnadas de una verdad simple: la hospitalidad en estos lugares no es un gesto de caridad, sino de justicia.
Tenosique, con sus vías férreas oxidadas y sus calles polvorientas, es un punto de tránsito donde el cansancio se comparte y la esperanza se extiende en formas casi imperceptibles. Aquí, cada paso importa, cada gesto suma en ese mosaico de vidas que buscan un destino más amable.
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