
En política, sembrar también es decir.
Y cuando se repite el verbo “sembramos” más de una decena de veces en un informe de gobierno, no es por accidente: es por estrategia. En el segundo informe trimestral de Javier May, el campo no fue un tema más; fue el territorio simbólico desde donde se edificó una narrativa de poder.
Cacao, ostiones, mojarra, árboles, alevines. Más que cifras o programas, fueron palabras clave para anclar un discurso que evitó otras incomodidades: ni feminicidios, ni universidades, ni migración. El agro llenó el espacio —literal y político— de la transformación.
Y si en el sexenio federal el maíz fue bandera, en Tabasco el cacao empieza a ser consigna. Porque en este informe, el campo no fue fondo… fue forma.
SEMILLAS PARA DECIR
En el segundo informe trimestral de Javier May, “sembrar” no fue solo una actividad del campo: fue una herramienta discursiva. Apareció en múltiples formas: “sembramos cacao”, “sembramos bienestar”, “sembramos transformación”.
No se trató únicamente de producción agrícola, sino de sembrar una narrativa: la de un gobierno que trabaja desde abajo, en contacto directo y con resultados visibles.
El gobernador mencionó que se han sembrado más de 198 mil semillas de cacao fino, como parte del esfuerzo de rescate genético en fincas como El Morralero.
También se reportó el repoblamiento ostrícola con 3,500 sacos de conchas, la entrega de 10 millones de plantas forestales y la consolidación de programas como Sembrando Vida Tabasco, con más de 8,000 sembradores activos.
Detrás de cada dato, hay un intento de reconfigurar el relato del campo: de zona olvidada a motor estratégico. Así, el agro no se limita a lo productivo; se convierte en territorio de legitimación política.
El campo, como discurso, ofrece varias ventajas: no reclama presupuesto inmediato, no exige debates técnicos, y sí permite anunciar, entregar, plantar, volver al territorio. En tiempos donde los números macroeconómicos pueden parecer lejanos o fríos, un cacao plantado, un pez liberado o una concha sembrada, comunican más.
Más que resultados, lo que se busca sembrar es confianza.
Y por ahora, el sur parece fértil.
ALEVINES Y OSTIONES
En el Tabasco del segundo semestre de 2025, los ostiones y los alevines no son solo productos del agua: son banderas políticas. En su segundo informe trimestral, Javier May insistió en los logros pesqueros con una convicción que fue más allá de lo técnico. “Repoblamos bancos ostrícolas con más de 3 mil sacos”, dijo, como si en cada concha se sembrara una idea de soberanía alimentaria y reactivación local.
El dato por sí mismo puede parecer menor. Pero en un estado donde la pesca artesanal ha estado al borde del colapso, el solo hecho de hablar del ostión con orgullo y con números implica una recuperación simbólica. Es la narrativa del alimento que vuelve, del pescador que ya no emigra, del río que otra vez alimenta.
En paralelo, la mención a los alevines —millones de crías de mojarra introducidas en cuerpos de agua locales— proyecta un mensaje aún más potente: futuro. A diferencia de las cifras de obra pública o apoyos entregados, los alevines no son resultado, son promesa.
El discurso pescó aplausos. Y no por lo exótico de los datos, sino por su capacidad para reconectar con lo más elemental: comer lo que se produce, vivir donde se trabaja, depender menos del exterior. Si López Obrador hizo del maíz un símbolo de autosuficiencia, May parece querer hacerlo con el ostión.
La apuesta tiene límites: la recuperación ambiental no es uniforme, y los sistemas de distribución siguen siendo débiles. Pero como parte de un informe político, el mensaje fue claro: en Tabasco, el río vuelve a tener sentido. Y el gobierno quiere ser quien lo navegue.
El ostión que regresa

Cuando el gobernador anunció que se habían repoblado bancos ostrícolas con más de 3,500 sacos de conchas, no era un dato menor. Para cientos de pescadores artesanales en Tabasco, el ostión no es solo un molusco: es sustento, identidad y regreso.
Durante años, los bancos naturales de ostión en Centla, Paraíso y Jonuta sufrieron el abandono institucional, la contaminación y la sobrepesca. Las vedas se hicieron rutina y muchos pescadores cambiaron la red por la albañilería. Por eso, el repoblamiento —aunque modesto en cifras— tiene un valor simbólico inmenso: marca el retorno de una política que había dejado de mirar al agua.
El programa se enlaza con acciones federales de soberanía alimentaria y busca no solo reactivar la producción local, sino reducir la dependencia del ostión importado. Cada saco sembrado es una apuesta a que la pesca artesanal aún puede sostener economías comunitarias.
Además, el ostión tiene una carga ambiental positiva: su presencia mejora la calidad del agua y ayuda a equilibrar los ecosistemas ribereños. En un estado marcado por el agua, repoblar bancos ostrícolas es casi un acto de reconciliación con el entorno.
Y en política, reconciliarse con lo propio —aunque sea con conchas— también suma.
EL CAMPO EN CIFRAS
Las cifras del campo tabasqueño no fueron el centro del informe, pero sí el sostén de su narrativa. “Sembramos 198 mil plantas de cacao fino”, anunció Javier May, y de inmediato lo convirtió en declaración de principios: producir lo propio, recuperar lo ancestral, echar raíz.
El dato es relevante por dos razones. Primero, porque se inscribe en un proyecto de largo plazo: la siembra de 100 mil hectáreas de cacao durante el sexenio. Y segundo, porque al citarlo junto a otras acciones del agro —como el barrido sanitario ganadero o la producción de plátano para exportación—, el gobernador articuló un discurso donde el campo no es pasado ni rezago, sino motor estratégico.
Se habló de cacao, de ostión, de plátano, de mojarra. También de jornales y de reforestación con especies nativas. El campo apareció no como postal romántica, sino como epicentro de productividad y resistencia.
No todo es avance. La tecnificación sigue pendiente y los mercados son frágiles. Pero el mensaje fue claro: mientras otros sectores dependen del presupuesto o del capricho de los precios, el campo resiste.
LA NARRATIVA DEL SEMBRADOR
Más allá de los datos, el discurso construyó una identidad: la del sembrador. Javier May no se describió como gobernante técnico ni como reformista institucional. Habló como quien siembra, riega y espera fruto. El campo, en este relato, no solo produce alimentos: produce legitimidad.
“No administramos el tiempo”, dijo. “Actuamos”.
Las siembras de cacao, la repoblación ostrícola, los caminos rurales, las brigadas de reforestación, incluso el programa “Salud casa por casa”, son retratados como semillas puestas en tierra. La cosecha —sugiere el mensaje— está en marcha.
El sembrador es quien no promete, sino entrega; no habla desde la tribuna, sino desde el surco. Esa es la imagen que May ha consolidado desde campaña y que el informe refrenda: en el campo, el progreso se mide en hectáreas, no en discursos.
“No se roba el dinero” fue la frase más ovacionada del día. En un estado saqueado con el pretexto del campo, el mensaje cayó como siembra fresca. Porque en Tabasco, el agro no solo alimenta: también absuelve, sostiene y justifica.
El árbol como política pública
En octubre, Tabasco llevará a cabo una jornada estatal de reforestación que busca sembrar 10 millones de árboles en un solo día. El anuncio, hecho por el gobernador Javier May Rodríguez durante su segundo informe trimestral, no solo apunta a una acción ambiental masiva, sino a un símbolo de largo aliento: plantar un árbol como acto político.
En un contexto donde el discurso oficial privilegia el contacto con el territorio, el árbol se convierte en metáfora de permanencia, arraigo y transformación. No
es casual que la jornada busque reunir a comunidades, funcionarios, estudiantes y sembradores: la siembra no es solo de especies nativas, sino de legitimidad.
A diferencia de otras estrategias que requieren inversión constante, la reforestación permite un mensaje de acción sin necesidad de resultados inmediatos. No hay seguimiento garantizado, pero sí imagen poderosa: un estado que pone raíz.
Las especies seleccionadas —cedro, caoba, macuilis, chicozapote, entre otras— remiten al ecosistema original de Tabasco y, por tanto, a su historia. El mensaje es claro: rescatar lo propio, con manos propias.
En tiempos donde los megaproyectos acaparan la narrativa nacional, la imagen de un niño sembrando un árbol en una escuela de Teapa puede pesar más que un ribbon cutting en la capital. El árbol es política. Y la reforestación, estrategia.
ALEVINES, OSTIONES Y ORGULLO
3,500 sacos de conchas para repoblar bancos ostrícolas. No es una gran inversión. No es titular de primera plana. Pero fue presentado como símbolo: el campo y la pesca también están vivos… y se están defendiendo.
La cría de alevines, las semillas de cacao fino y los programas comunitarios funcionan como pruebas materiales de una narrativa que busca anclar su legitimidad no en megaproyectos, sino en acciones que tocan tierra y agua.
El informe no detalló cuánto durará la productividad de los nuevos bancos ostrícolas, ni cuántos de los 198 mil árboles de cacao sembrados sobrevivirán. Pero sí hizo lo necesario para construir una percepción: la idea de que el campo se está moviendo. Que produce. Que resiste.
Incluso el anuncio de una jornada masiva de reforestación —10 millones de árboles en un solo día— se alinea con este ethos del “hecho, no dicho”.
“Hoy sembramos futuro con cacao, plátano, ostión y mojarra. Pero sobre todo, sembramos confianza.”
—Javier May Rodríguez, Segundo Informe Trimestral, julio 2025
EL PLÁTANO QUE SÍ SE EXPORTA
Una de las cifras más concretas: 170 mil cajas de plátano exportadas en lo que va de 2025, principalmente a EE.UU., Guatemala, Canadá y Alemania.
Con más de 9 mil hectáreas cultivadas, Tabasco ocupa hoy el segundo lugar nacional en producción de plátano.
El mérito del dato no está en el volumen, sino en la política detrás: alinear producción, comercialización, y logística portuaria para que un producto tabasqueño llegue a mercados internacionales con valor agregado.
May lo presentó como uno de los motores de la nueva etapa agroindustrial de Tabasco. No como megaproyecto, sino como señal. Y si algo ha demostrado su narrativa, es que los símbolos también siembran.
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