Gobernar es un ejercicio de resistencia. Nadie llega al poder con la esperanza de ser aplaudido; el poder es el arte de administrar la queja. Y en Villahermosa, donde la percepción de inseguridad es del 95.3% según el INEGI, los ciudadanos no distinguen entre lo que un alcalde puede y no puede hacer. Solo quiere respuestas.
Yolanda Osuna ha intentado darlas: ha puesto orden en las finanzas, ha apostado por la cultura, ha iluminado, ha entregado tabletas a los jóvenes. Pero la percepción es un animal indomable. Las encuestas de enero la miden en 51.2% (Rumbrum), 45% (Campaigns & Elections) y 44.5% (Demoscopia). No son números desastrosos, pero tampoco justos.
Porque aunque el 115 constitucional dice que la policía es municipal, en Centro nunca lo ha sido. La seguridad es un problema que Osuna no controla, pero que pesa en su imagen. Y la política, ya se sabe, no se mide en resultados, sino en percepciones.
Aún así, gobierna. Sabe que en política no se trata de ganar simpatías, sino de dejar huella. Y cuando el polvo de la coyuntura se asiente, cuando las luces de este trienio se apaguen, quedará la evidencia de quién hizo qué.
Pero hay dos formas de enfrentar la tormenta: con lamentos o con hechos. Osuna debe elegir la segunda. No gobernar con discursos, sino con obras. No detenerse en lo que no puede hacer, sino en lo que sí.
Porque en política, la percepción pesa. Pero, ¿pesa más que la realidad? ¿Pesa más que los hechos? ¿Pesa más que el tiempo?
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