Héctor I. Tapia


Héctor I. Tapia
Para la primera quincena de septiembre de 2023, Adán Augusto López Hernández se había convertido en la sombra de sí mismo. Quienes lo visitaron en su departamento de la Ciudad de México lo recuerdan irreconocible: la barba crecida, el cabello desordenado, la ropa arrugada y una mano lesionada. Apenas unas semanas antes había recorrido el país con el aire de un presidenciable. Ahora se dejaba ver, desaliñado, abatido, enclaustrado en el silencio.
Era difícil creer que se trataba del mismo hombre que, hasta mediados de agosto, se presentaba como favorito en la carrera presidencial de Morena. Los suyos hablaban de él como el candidato inevitable.
Se apostaban comidas en su nombre, convencidos de que el dedo presidencial ya lo había ungido. Y, sin embargo, al confirmarse a Claudia Sheinbaum como abanderada de la Cuarta Transformación, Adán Augusto se derrumbó como un edificio al que se le retiró la última columna de sostén.
Lo que ocurrió entonces fue más que una derrota política. Fue un derrumbe personal que lo encerró entre cuatro paredes y lo dejó frente a una pregunta que lo perseguía en silencio: ¿cómo pudo perderlo todo, tan rápido, tan de golpe?

El auge que parecía definitivo
En agosto de 2023, el nombre de Adán Augusto López Hernández se repetía en oficinas de gobierno, pasillos legislativos y cafés políticos: era el elegido. No había subsecretario ni funcionario de alto nivel que dudara de que sería el candidato presidencial de Morena. Sus operadores aseguraban que el presidente López Obrador lo había confirmado ‘en corto’. La maquinaria adancista se desplegaba como nunca antes.
Delegados adancistas fueron enviados al norte del país para vigilar la encuesta. En Tabasco, la estructura de Morena estaba bajo control total: el consejo político estatal, las listas de aspirantes a alcaldías y diputaciones, todo respondía al grupo de Adán. Se respiraba un aire de victoria anticipada.
Mientras tanto, en La Chontalpa, el gobernador interino Carlos Manuel Merino lanzaba advertencias con dedicatoria: “Tabasco es de todos, no se permitirán cacicazgos”. Era un mensaje dirigido al grupo de Javier May Rodríguez, que llevaba tres trienios gobernando el municipio y se preparaba para disputarle la hegemonía al adancismo.
Ese mismo verano, en la carretera Villahermosa–Teapa, abrió sus puertas el Prime Night Club, un centro de espectáculos que toda la capital sabía de quién era: Hernán Bermúdez Requena y los integrantes de La Barredora. Las noches de luces y música con artistas como Commander y Bella Cat marcaron la confianza con la que se movía el grupo criminal a las sombras del poder.
Para muchos, entrar a ese lugar era como entrar en un secreto a voces: el emblema de una impunidad que se daba por descontada, a un año de que concluyera el gobierno de Adán Augusto–Merino Campos.
El ambiente parecía claro: Adán tendría la candidatura presidencial; Jaime Lastra se perfilaría para la gubernatura de Tabasco; y La Barredora, bajo la sombra de Bermúdez, podía seguir operando con la misma certeza de impunidad.

El derrumbe del 6 de septiembre
El 6 de septiembre de 2023 todo se vino abajo. Ese día, Claudia Sheinbaum Pardo fue confirmada como la candidata presidencial de Morena. El triunfo que el adancismo veía asegurado se transformó en derrota y silencio.
Adán Augusto López Hernández, que hasta semanas antes sonreía en plazas públicas y se dejaba rodear por operadores que lo presentaban como el heredero de AMLO, se esfumó del mapa político.
Se recluyó en su departamento de la Ciudad de México. No recibió a nadie, salvo en casos de extrema urgencia. En Tabasco, sus aliados no daban explicaciones: simplemente, el líder no estaba.
En una conferencia mañanera, el Presidente fue cuestionado sobre el paradero de su ex secretario de Gobernación. La respuesta dejó ver el distanciamiento: “Pronto lo buscaré”. Semanas más tarde, en Palacio Nacional, ambos volvieron a verse.
Al ser cuestionado sobre el encuentro, López Obrador dijo que había invitado a su “hermano político” a reintegrarse al gabinete. La respuesta de Adán fue otra confesión de derrota: le dijo al presidente que tenía su propio proyecto.
Después de ese momento, ya no hubo registro público de nuevas reuniones entre ellos. El quiebre quedó consumado.
En los cafés políticos, los cercanos a Adán hablaban de apuestas perdidas: “apostamos porque estábamos seguros de que sería el candidato”. El ambiente había cambiado. El antes hermano político del presidente ya no aparecía.
Lo que quedó fue la imagen de un político devastado. El contraste con la campaña de verano era brutal: mientras en agosto había controlado estructuras, listas y operadores, en septiembre se encontró con un vacío de poder.
El adancismo que había soñado con seis años más en Tabasco y una presidencia en la bolsa, de pronto quedó sin líder y sin rumbo. Los que estaban esperanzados en candidaturas se quedaron esperando, abandonados, sin saber qué hacer.

La podredumbre que quedó al descubierto
Lo que se quebró con la derrota de Adán Augusto López Hernández no fue únicamente su carrera presidencial: se resquebrajó el andamiaje de un sistema político que durante años se sostuvo sobre alianzas oscuras. Detrás de la fachada del operador eficaz, quedó expuesta la otra cara: la de un poder corroído por complicidades con el crimen.
Mientras el ex secretario de Gobernación se replegaba en su departamento capitalino, en Tabasco la sombra de Hernán Bermúdez Requena seguía creciendo. Bajo su mando, la Secretaría de Seguridad Pública se había convertido en la coartada de un grupo que operaba como cártel policiaco.
Desde ahí, La Barredora extendió sus tentáculos hacia el tráfico de personas, el huachicol y las extorsiones que asfixiaban a Villahermosa y a la Chontalpa.
El 83 por ciento de aumento en los homicidios dolosos durante el sexenio de Adán y Merino fue sólo la cifra visible de esa descomposición. A las estadísticas se sumaban las narcomantas, las denuncias de cobro de piso y las advertencias de inteligencia militar que señalaban a Bermúdez como Comandante H, aliado del CJNG.
El colapso personal de Adán se convirtió en metáfora: mostraba el rostro de un proyecto político que había llegado a la cúspide mientras dejaba podrir las instituciones. En los hechos, la caída de su candidatura reveló también la decadencia de un modelo en el que el poder se confundía con el delito, y en el que la política se sostenía con la certeza de la impunidad.

El eco de una pregunta
En los pasillos del poder se hablaba de un hombre abatido, encerrado entre cuatro paredes, y de un estado que comenzaba a sacudirse entre las sombras de un cártel policiaco. La caída de Adán Augusto López Hernández ya no era sólo la historia de un político derrotado: era la radiografía de un sistema que se había contaminado hasta los huesos.
En Tabasco, mientras el adancismo se desmoronaba, los nombres de La Barredora aparecían en mantas, en expedientes y en conversaciones que nadie se atrevía a sostener en público. En la capital, la prensa comenzaba a mirar hacia atrás, a la ruta de un político que había aprendido a imponer candidatos, financiar campañas y cobrarse con obra pública.
El eco de aquella escena —el presidenciable derrumbado en su departamento, derrotado y silencioso— dejaba en el aire una pregunta imposible de callar:
¿Cómo se había tejido, durante tres décadas, la red de poder que ahora lo hundía?
La respuesta estaba en los años noventa, cuando los hermanos López comenzaron a mover los hilos de la política tabasqueña y fueron bautizados como Los Exitosos…

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