NUEVA YORK.— Donald Trump ya no quiere solo gobernar: quiere oler bien mientras lo hace. Y no se trata de una metáfora. Esta semana, el expresidente de Estados Unidos y eterno showman político lanzó su nueva línea de fragancias, bajo un nombre que mezcla ego, nostalgia electoral y ambición de revancha: “Victory 45-47”. Traducido al idioma Trump, eso significa: “fui el presidente número 45, y seré el 47”.
Como si se tratara de una pasarela improvisada en la Torre Trump, el magnate y candidato republicano presumió en Truth Social —su red social personal y zona franca de halagos— que ahora su marca tiene perfume.
Literalmente. Dos frascos de lujo a 249 dólares cada uno, es decir, unos 4 mil 660 pesos mexicanos al cambio actual. ¿Qué prometen? Según Trump, “victoria, fuerza y éxito” para quienes los usen. Como si en cada gota viniera destilado un mitin, una firma en dorado y un aplauso de campaña.
Pero este movimiento no es nuevo. Ya en diciembre de 2024 había lanzado la colección “Fight! Fight! Fight!”, otra fragancia con olor a slogan. Esa costaba un poco menos: 199 dólares, o unos 3 mil 700 pesos.
Want to smell like Donald Trump? For $249, you can. “Victory 45 47” is a fragrance branded with the current U.S. president’s name and image. It is a rare example of a sitting president marketing personal luxury goods while in office. pic.twitter.com/700J0wTKAn
— The Intellectualist (@highbrow_nobrow) July 1, 2025
La diferencia no está en los ingredientes, sino en la narrativa. Si la primera era lucha, esta segunda es conquista. Y si algo ha entendido Donald Trump como nadie en la historia reciente, es que la política estadounidense se juega también en el teatro de la farándula, con luces, banderas, y ahora, con esencias embotelladas.
UNA TIENDA DE VANIDADES
Pero el perfume es solo la cereza. En realidad, Trump ha convertido su imagen en un catálogo andante. En sus tiendas oficiales se venden desde guitarras hasta tenis, pasando por relojes, biblias, monedas conmemorativas y hasta botas “Trump Landslide” que cuestan 299 dólares (casi 5,600 pesos).
A eso hay que sumar su más reciente y ambiciosa apuesta tecnológica: el T1 Phone de Trump Mobile, un celular con “valores tradicionales”, que suena más a discurso de Iowa que a innovación tecnológica.
Es como si el expresidente hubiera tomado el guion de una temporada de Succession, le cambiara el apellido Roy por Trump, y lo volviera empresa, candidatura y marca personal en un solo combo de marketing político.


En junio, un informe financiero reveló que Trump se embolsó al menos 2.5 millones de dólares solo con sus tenis y fragancias. No es poca cosa. Es más de lo que muchas estrellas de Hollywood recaudan con sus giras o películas medianas.
La diferencia es que, en este caso, no es una celebridad pop la que genera millones con su nombre: es el hombre que podría volver a sentarse en la Oficina Oval.
DONALD COMO SELLO: UNA COLUMNA DE ORO Y OLOR
Para Trump, la presidencia no es solo un cargo, sino una marca. Su Fideicomiso Revocable, controlado por su hijo Donald Jr., no es un secreto: es el vehículo legal con el que mantiene bajo su paraguas empresarial todo lo que lleva su apellido. Un apellido que ahora huele a madera, almizcle, promesa electoral y dólares.
¿Estamos frente a una nueva forma de política de consumo? Tal vez sí. Porque en este universo trumpista, el ciudadano no solo vota: también compra. Compra una Biblia de 69.99 dólares, compra las botas que pisaron el escenario de la campaña, compra la fragancia del triunfo, compra el teléfono de la “resistencia conservadora”.
Y como si faltara poco, Trump no vende ideas: vende símbolos. Y eso es mucho más poderoso. Las fragancias no compiten con Dior o Tom Ford, sino con la idea de pertenecer. Oler como Trump, vestir como Trump, portar sus objetos es, para sus seguidores, una especie de rito político con aroma a merchandising.
¿NEGOCIO O NARQUÍA?
Por supuesto, no todos están contentos. Grupos de vigilancia ética y medios como el New York Times han levantado la ceja. Cuestionan si el expresidente está aprovechando su posición política para enriquecerse de forma indebida. Y aunque los abogados de Trump juran que todo está en regla, la pregunta sigue flotando como un mal perfume: ¿puede un líder vender colonia mientras busca regresar a la presidencia?
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A juzgar por las cifras, el negocio está lejos de oler mal. Trump ha creado un ecosistema donde cada campaña, cada escándalo y cada mitin se convierte en oportunidad de venta. El capitalismo y la política se abrazan en su tienda como en una novela de Andy Warhol: todo puede ser arte si lo firmas con tu nombre.
Mientras tanto, Trump sigue en lo suyo: modelando poder, comerciando nostalgia, embotellando autoridad. El único político que te puede vender una Biblia con descuento, una guitarra con su firma y un celular “patriótico” en la misma tienda donde compras tenis edición limitada con su cara.
En el fondo, el verdadero perfume de Donald Trump no está en la botella: está en su instinto. Ese olfato para el show, para el escándalo rentable, para la emoción traducida en dólares.
Y por ahora, sigue vendiendo. Y fuerte.
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