La misma mañana en que el gobernador Javier May Rodríguez destacaba avances históricos en seguridad, un hecho de alto simbolismo sacudía el municipio de Centro: el atentado a balazos contra un sacerdote en plena vía pública.
Desde el domingo por la tarde, el gobierno había convocado a rueda de prensa: «Tema», decía —Seguridad.
Sería la primera en Palacio de Gobierno, tras tres ediciones itinerantes. Esta vez, los números acompañaban: 987 detenidos en seis meses (un 309% más que en 2024) y una caída del 33% en homicidios. Traducido: por cada tres asesinatos que antes se cometían, hoy solo ocurre uno. En Centro, la reducción es aún más notoria: los homicidios bajaron casi a la mitad.
La intención era clara: vincular el descenso de asesinatos al aumento en detenciones. Presentar un cambio de rumbo con datos duros. Pero algo —¿el destino?— o alguien —¿las mafias de siempre?— jugó en contra. Porque mientras se hablaba de orden, un hombre de fe se debatía entre la vida y la muerte.
Y ahí entraron los de siempre. Las urracas del PRI y del PRD revolotearon con frases hechas: «Vivimos en el terror», «No se ha cumplido la promesa». Disculpe usted lector, pero no puedo llamarlas de otra manera, porque no les creo nada.
¿Quién juega en contra del gobernador?
¿Los políticos aliados al crimen?
¿O el crimen aliado a la política?
