WASHINGTON.— Donald Trump ha sido muchas cosas: empresario, figura televisiva, presidente, ícono del populismo conservador. Pero hoy, en su segundo mandato, se presenta con un discurso cargado de un nuevo componente: lo divino, lo sagrado, lo mesiánico.
Desde el intento de asesinato que sufrió en Butler, Pensilvania, en 2024, su narrativa cambió. Ya no es solo un político que desafía al “establishment”, ahora es —según él y muchos de sus seguidores— un hombre salvado por Dios con un propósito especial: rehacer a Estados Unidos a su imagen.
“Fue un acto de Dios”, declaró Trump semanas después del ataque. “Dios me perdonó la vida por una razón”, reiteró en su discurso de victoria en Mar-a-Lago.
Desde entonces, sus intervenciones públicas están impregnadas de una retórica más intensa, de tintes bíblicos, que encuentra eco en las bases evangélicas y también en sectores cada vez más amplios de la derecha estadounidense.
DE LA FATALIDAD AL DESTINO
Hasta hace unos años, Trump se definía como un fatalista, alguien que aceptaba que las cosas suceden sin mayor razón trascendental. “Soy un gran fatalista. Digo: lo que pasa, pasa”, dijo a Newsday en los 90. Pero ese Trump ya no existe. Lo que ha emergido es una figura política que se siente llamada por un poder superior.
“Me siento aún más fuerte”, dijo Trump durante el Desayuno Nacional de Oración. “Cambió algo en mí”, agregó. Sus palabras no son simples metáforas: construyen un nuevo capítulo de su narrativa política, donde la religión se fusiona con su liderazgo y lo legitima moralmente ante sus seguidores.
Lo interesante —y preocupante para algunos— es que Trump ya no solo acepta que otros lo consideren “el elegido”. Él también lo dice. Se presentó como el “ungido” para restaurar la grandeza de EE. UU. e incluso compartió imágenes generadas por inteligencia artificial donde aparece vestido con el atuendo papal. El gesto es extravagante, sí, pero cargado de simbolismo para un electorado que no ve esa estética como ironía, sino como revelación.
LA MÍSTICA DE BUTLER
¿El intento de asesinato en Butler marcó un punto de inflexión espiritual? Para Trump, sí. Para sus seguidores más devotos, sin duda. “Quizás realmente soy el elegido”, llegó a decir. Desde entonces, el relato se tornó casi bíblico: el líder que supera la muerte para cumplir un mandato divino.
Pastores evangélicos y líderes religiosos lo validan. Robert Jeffress, uno de los más influyentes, dijo que Trump “ha llegado a la conclusión correcta” de que Dios tiene un propósito para él. La lógica no es nueva en la retórica estadounidense, pero nunca había alcanzado esta intensidad ni sido abrazada tan explícitamente por un presidente en funciones.
Marie Griffith, del Centro John C. Danforth de Religión y Política, explica que puede haber una combinación entre oportunismo y creencia genuina. “Pero lo importante es que le sirve políticamente”, advierte. En un país profundamente dividido, donde la religión sigue siendo un factor de movilización, Trump encontró en el misticismo una estrategia de blindaje frente a la crítica institucional.
DE LA FE AL PODER ABSOLUTO
Lo que comenzó como una narrativa conveniente se ha transformado en una doctrina política. Desde su regreso a la Casa Blanca, Trump ha gobernado como si su autoridad fuera incuestionable. Ha emitido decenas de órdenes ejecutivas que van desde la reescritura de libros escolares hasta la creación de una Oficina de Fe en la Casa Blanca.
“Dirijo el país y el mundo”, ha dicho. “Me gustaría ser papa”, bromeó (o no tanto). Para él, los medios son enemigos del pueblo, y la oposición, un obstáculo a derrotar por mandato divino.
En este contexto, su liderazgo se parece menos a un presidente convencional y más a un profeta político. Como escribió el filósofo David Livingstone Smith: “Trump es un líder sagrado. Sus seguidores lo ven como un salvador elegido por Dios”.
¿UN LÍDER RELIGIOSO O UN OPORTUNISTA SAGRADO?
Trump no es el primer presidente que invoca a Dios, pero sí el primero que dice haber sido salvado directamente por Él para implementar una agenda política. “Es imposible argumentar contra Trump cuando afirma tener el poder de Dios”, escribió Jen Mercieca, experta en retórica presidencial.
Para muchos analistas, lo que ocurre no es una simple exageración. “Es totalmente compatible con un complejo de mesías”, dijo Molly Worthen, historiadora. Según ella, este no es un desvío en su trayectoria, sino la culminación de un patrón: usar la narrativa religiosa para concentrar poder personal.
La pregunta de fondo no es si Trump se cree Dios, sino si millones de estadounidenses están dispuestos a concederle ese lugar simbólico. La respuesta, por ahora, parece afirmativa. Y eso redefine no solo la política interna, sino también la percepción global del poder estadounidense.
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